Nutrición crítica: cómo combatir la seguridad alimentaria en un mundo pospandémico
En un mundo que produce suficientes alimentos para satisfacer a toda su población, más de 1500 millones de personas no pueden permitirse una dieta que cumpla con los niveles necesarios de nutrientes esenciales y más de 3000 millones de personas ni siquiera pueden permitirse la dieta saludable más barata.[1] Creo que es una ironía que puede, y debe, abordarse urgentemente.
El hambre mundial ha ido en aumento desde 2014. Según estimaciones recientes, la cifra de personas que pasan hambre ronda los 690 millones, lo que equivale a un 8,9 % de la población mundial. En 2019, cerca de 750 millones, casi una de cada diez personas, estuvieron expuestas a una grave inseguridad alimentaria y alrededor de 2000 millones no tenían acceso regular a suficientes alimentos seguros y nutritivos. Al ritmo actual, en 2030 más de 840 millones de personas pasarán hambre.[2]
Estas estimaciones son anteriores a la pandemia de la COVID-19, que ha ejercido una presión sin precedentes en un sistema que ya fallaba. Como afirma el Banco Mundial[3], “el impacto de la COVID-19 ha provocado aumentos graves y generalizados en la inseguridad alimentaria mundial, lo que afecta a hogares vulnerables en casi todos los países”.
Entonces, ¿cómo ha afectado exactamente la pandemia a las principales causas de la inseguridad alimentaria y qué podemos hacer para combatir el hambre y la desnutrición?
¿Qué causa la inseguridad alimentaria?
La inseguridad alimentaria puede clasificarse como crónica o aguda. La inseguridad alimentaria crónica suele atribuirse a la pobreza. Es la que sufren las personas que habitualmente no pueden permitirse una dieta saludable y equilibrada, o ni siquiera una que cubra sus requisitos energéticos básicos. La inseguridad alimentaria aguda se da cuando la vida, o el medio de vida, de una persona están en peligro inmediato debido a la falta de comida. Las causas principales de la inseguridad alimentaria aguda son los conflictos, el clima (incluidos los eventos meteorológicos extremos), los desastres naturales, las interrupciones en la cadena de suministro, la salud y los desplazamientos de la población (incluida la migración).
Por desgracia, muchos de estos factores se retroalimentan: los conflictos interrumpen las cadenas de suministro y conducen a la hambruna, que a su vez genera conflictos, perjudica la salud y fomenta el desplazamiento de la población, etc.
Para las personas que no tienen suficiente comida, es especialmente desalentador saber que el 30 % de los alimentos que se producen en el planeta nunca llegan a consumirse[4], un tema que ya exploré en mayor profundidad en otro artículo de Spotlight.
¿Cómo ha afectado la COVID-19 a la inseguridad alimentaria?
En los países donde opera, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP) estima que ya hay 272 millones de personas que sufren, o corren el riesgo de sufrir, inseguridad alimentaria debido al efecto agravante de la crisis generada por la COVID-19.[5]
La preocupación es tan grande que en marzo de 2021 el secretario general de la ONU, António Guterres, anunció la creación de un grupo de trabajo para prevenir la hambruna.[6]Liderado por el subsecretario general para Asuntos Humanitarios y el Coordinador de Ayuda para Emergencias, y con la participación de representantes del WFP y la FAO, este grupo de trabajo tratará de proporcionar una atención coordinada para la prevención de la hambruna y de incrementar el apoyo para los países más afectados.
“La pandemia de la COVID-19 ha puesto en marcha una agitación que pone aún más presión sobre cada vez más familias y comunidades […] Tenemos las herramientas y los conocimientos. Lo que necesitamos es voluntad política y un compromiso sostenido por parte de los líderes y las naciones”, declaró António Guterres en la presentación del grupo de trabajo.[7]
A medida que la pandemia dominaba el mundo, la interrupción del suministro de alimentos fue una preocupación cada vez mayor. Aún no hemos olvidado la crisis alimentaria de 2007-2008, durante la cual varias naciones productoras de arroz y trigo limitaron sus exportaciones como respuesta a la gran incertidumbre económica global. Esto provocó escasez de alimentos, precios desorbitados y desobediencia civil en más de 30 países.
Afortunadamente, hasta ahora la mayoría de los exportadores más importantes han mantenido el comercio entre fronteras. Sin embargo, se han producido numerosas alteraciones en el transporte dentro de los países, en gran medida como consecuencia de las medidas destinadas a frenar la propagación de la enfermedad.[8] El cierre de las rutas de transporte hizo que las existencias de los almacenes africanos se pudrieran, mientras que los confinamientos en India y Malasia, que impedían cualquier movimiento dentro y fuera del país, obligaron a los agricultores a deshacerse de la producción o a servírsela como alimento al ganado, ya que no podían transportarla a los mercados urbanos. El miedo a la interrupción del suministro también sembró el pánico en las compras en varios países. Por ejemplo, los singapurenses arrasaron con las estanterías de verduras frescas, huevos y pollo, hasta que los anuncios del gobierno y los camiones de comida consiguieron tranquilizarlos de que el suministro no se interrumpiría.[9]
El confinamiento y el distanciamiento social también han limitado la disponibilidad de materiales y mano de obra para cultivar, procesar y manipular alimentos. Por ejemplo, en América del Norte han tenido dificultades por culpa de la reducción de la afluencia de mano de obra migrante. Por su parte, los agricultores chinos estaban desesperados por no tener fertilizantes ni semillas para los cultivos de la siguiente temporada, hasta que el gobierno hizo excepciones para los “canales verdes”. Los grupos agrícolas de varios países han advertido que las interrupciones iniciales pueden dar lugar a una reducción de las variedades de algunos cultivos y a cosechas más pequeñas.
Afortunadamente, me alivia que, en general, las cosechas mundiales recientes hayan sido buenas, ya que esto significa que podremos evitar el peor escenario posible.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que en 2020 se alcanzó un nuevo récord mundial de producción de cereales: unos 2700 millones de toneladas de arroz, trigo, maíz y cebada
(aunque hay algunas excepciones significativas, ya que África Oriental se enfrenta a su peor plaga de langostas en décadas[10]).
Además, en contra de las predicciones al inicio de la pandemia, los precios globales de los alimentos han aumentado, pero, en la mayoría de los casos, no se han disparado, como se temía. A fecha de 15 de junio de 2021, el índice de precios de materias primas agrícolas se mantuvo cerca de su nivel más alto desde 2013. El aumento puede atribuirse en parte a la disrupción de la cadena de suministro causada por la COVID-19, pero cabe destacar que las cifras se mantienen muy por debajo de las de la recesión vivida entre 2007 y 2009.
El aumento de los precios de los alimentos por sí solo no tiene en cuenta la preocupación causada por la COVID-19. La magnitud de la amenaza solo queda clara cuando se tiene en cuenta la pérdida de ingresos.
La recesión mundial causada por la COVID-19 es la mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2021 la economía mundial se contrajo un 3,5 %.[11]
El confinamiento y el distanciamiento social han ayudado a contrarrestar la propagación de la enfermedad, pero también han costado el equivalente a 500 millones de trabajos a tiempo completo.[12] Las personas que trabajan en países de renta baja/media y en la economía informal han sido los peor parados. El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas estima que la COVID-19 reducirá en más de 200 000 millones de USD los ingresos de los países en desarrollo.[13] La crisis también ha provocado una disminución del 7 % en las remesas (el dinero que transfieren los trabajadores en el extranjero a sus familias en sus países de origen), cuya cuantía asciende a unos 500 millones de USD cada año.[14]
El aumento de los precios de los alimentos y la reducción o inexistencia de los ingresos son una combinación nefasta para la seguridad alimentaria.
“Las interrupciones en el suministro de alimentos y la falta de ingresos debido a la pérdida de medios de vida y remesas como resultado de la COVID-19 obligan a hogares de todo el mundo a enfrentarse a mayores dificultades para acceder a alimentos nutritivos y hacen que sea aún más difícil para las poblaciones más pobres y vulnerables acceder a dietas saludables”, advierte UNICEF en su informe “Estado de la seguridad alimentaria”.[15]
Los más vulnerables son los que más sufren
Es muy preocupante que la COVID-19 haya complicado aún más la vida de aquellos que ya tenían dificultades. En las economías emergentes, la proporción de los ingresos domésticos que se gasta en comida es mucho mayor. Por ejemplo, las familias de clase media en Estados Unidos solo gastan alrededor del 10 % de sus ingresos en comida. En muchos países de renta baja, el porcentaje está cerca del 50 %. Además, en muchas regiones afectadas por conflictos, el precio de una sola comida puede superar con creces los ingresos diarios.[16]
La COVID-19 no solo afecta al mundo en desarrollo, sino que también se lo ha puesto difícil a las personas más vulnerables de los países ricos.
Según Northwestern University, el 23 % de los hogares estadounidenses han sufrido inseguridad alimentaria, casi el doble que antes de la pandemia.[17]
La inseguridad alimentaria se asocia con más frecuencia con las poblaciones rurales, pero como la COVID-19 ha afectado a los empleos en todos los ámbitos, los habitantes de las ciudades se han visto forzados a la pobreza de manera desproporcionada, especialmente en los países de renta baja/media que dependen del turismo y tienen un gran número de trabajadores informales.
El Instituto Internacional de Investigación sobre Política Alimentaria (IFPRI) estima que es probable que la pobreza en África subsahariana aumente un 15 % en las zonas rurales y un 44 % en las zonas urbanas.[18]
Comer sano es más difícil
La inanición no es la única amenaza. Cuando el dinero es limitado, las personas tienden a consumir alimentos más baratos y menos nutritivos, favoreciendo los cereales con almidón que proporcionan un alto aporte energético en detrimento de alimentos más caros y llenos de nutrientes, como las verduras.[19]
Según UNICEF, se estima que las dietas saludables son, de media, cinco veces más caras que las dietas que solo satisfacen las necesidades energéticas mediante alimentos ricos en almidón.[20]
Además de la crisis económica, la COVID también ha alterado las complejas cadenas de suministro que estos alimentos necesitan para mantenerse frescos. Por si esto fuera poco, los cierres escolares han provocado la pérdida de casi 39 mil millones de comidas escolares desde el comienzo de la pandemia, lo que supone la pérdida de un salvavidas fundamental para 400 millones de estudiantes.[21] Una dieta de baja calidad puede provocar problemas de salud a largo plazo, así como una mayor susceptibilidad a contraer infecciones y enfermedades.
Podría empeorar mucho…
Los paquetes de estímulo económico, los aplazamientos de la deuda para los países de renta baja/media y los diversos programas que proporcionaron redes de seguridad ayudaron a evitar lo peor de la crisis alimentaria en 2020. A pesar de algunas excepciones notables, el año pasado el suministro de alimentos se mantuvo en gran medida gracias a que los gobiernos hicieron caso de las advertencias de la ONU respecto al cierre de fronteras y la fijación de aranceles, así como porque, en general, las cosechas fueron buenas.
Sin embargo, muchas personas han agotado sus reservas de alimentos, su dinero en efectivo y el apoyo familiar, así que ahora son más vulnerables ante la inseguridad alimentaria. El Programa Mundial de Alimentos (WFP) advierte de que, en la actualidad, 272 millones de personas se enfrentan al hambre, en comparación con los 135 millones del año pasado.[22] “Una vez más, nos estamos acercando al borde del abismo”, advirtió el director ejecutivo del WFP, David Beasley, en marzo de 2021.[23]
¿Qué podemos hacer al respecto?
Las dos amenazas más importantes para la seguridad alimentaria, los conflictos y el clima, son desafíos complejos y a largo plazo que requieren coordinación global. El COVID-19 ha empeorado las cosas, pero, en comparación, es un problema a corto plazo que, con el nivel adecuado de inversión, compromiso y colaboración, se puede abordar a través de una variedad de medidas, como las siguientes:
- Mejores datos: cuanto más sepamos, más podremos ayudar. Como dice el WFP: “La comunidad de datos debe adaptar sus herramientas para proporcionar una medición oportuna y fiable del impacto de la COVID-19 en la seguridad alimentaria y lograr que los legisladores puedan acceder, interpretar y utilizar los datos fácilmente para tomar decisiones basadas en la evidencia”.[24]
- Colaboración: los países pueden unir fuerzas para abordar los desafíos únicos a los que se enfrenta cada región. En este área ya hemos visto desarrollos prometedores. En abril de 2020, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) puso en marcha una red de seguridad alimentaria integrada, comenzó a desarrollar una reserva de alimentos estratégica e invirtió en agricultura local.[25] Asimismo, 26 países latinoamericanos y caribeños acordaron coordinar su apoyo para garantizar un acceso fiable a los alimentos, confirmando su compromiso con “actuar en coordinación, intercambiar información y buenas prácticas y adoptar las medidas adecuadas de acuerdo con la realidad de cada país”.[26]En junio de 2020, el Banco Africano de Desarrollo lanzó Feed Africa Response to COVID-19, una “hoja de ruta estratégica para salvaguardar la seguridad alimentaria y fomentar la autosuficiencia alimentaria regional”. El Área Continental Africana de Libre Comercio también hizo esfuerzos para establecer cadenas de suministro regionales más eficientes y ágiles.[27]
- Efectivo: la COVID-19 obligó a que gobiernos, bancos y agencias internacionales inyectaran grandes cantidades de dinero en la economía. Por ejemplo, entre abril y septiembre de 2020, la Agencia Internacional de Desarrollo proporcionó 5300 millones de USD en nuevos compromisos para la seguridad alimentaria a través de una combinación de respuestas a corto plazo ante la COVID-19 e inversiones a largo plazo para abordar las causas persistentes de la inseguridad alimentaria.[28] Sin embargo, la mayoría de las transferencias de efectivo a particulares fueron puntuales y sigue habiendo unos déficits de financiación importantes. El WFP prevé un déficit de entre 6000 y 7000 millones de USD este año. La gente necesita más dinero para recuperarse del golpe.
- Prevención de futuras pandemias: más del 70 % de las enfermedades infecciosas emergentes (EID) se originan en animales y la transmisión de patógenos de los animales a los humanos está aumentando con la deforestación, el cambio en el uso de la tierra y el rápido crecimiento de la población, un tema que se analiza en profundidad en un artículo de Spotlight Iniciativas como el Proyecto de respuesta de emergencia a la COVID-19 y de preparación de los sistemas de salud de la India ayudarán a mejorar los sistemas de vigilancia de enfermedades en humanos y animales, así como los sistemas de información sanitaria en todo el país.[29] China también ha lanzado un proyecto para mejorar los sistemas de vigilancia basados en riesgos para las amenazas zoonóticas y de salud emergentes.[30]
- Reducir la pérdida/desperdicio de alimentos: aunque hasta ahora la COVID-19 ha afectado predominantemente al acceso a los alimentos en lugar de al suministro, sin duda, cualquier aumento en el suministro será ventajoso, y no solo porque contribuirá a reducir los costes para los consumidores. Alrededor del 70 % de los productores de alimentos a nivel mundial son pequeños agricultores con poca capacidad para acceder a tecnologías y métodos para optimizar el rendimiento de sus cultivos.[31] El Banco Mundial estima que en África subsahariana el 37 % de los alimentos producidos se pierden antes de llegar al consumidor.[32] Todo lo que se pueda hacer para ayudar a estos productores tendrá un impacto significativo.
El siguiente diagrama ilustra la pérdida de alimentos y los desechos (en kg per cápita) en diferentes regiones, tanto en la fase de origen como en la de consumo.[33]
Como se puede ver, la pérdida de alimentos es el principal problema, en gran parte debido a la inadecuación del almacenamiento en su origen y del transporte al comercio minorista.
Invertir en nuestro futuro
Como parte de su larga estrategia de inversión en la “infraestructura de la vida”, la mejora de la seguridad alimentaria global es un área en la que la familia Jameel ya está marcando una diferencia tangible.
El Laboratorio de Sistemas de Agua y Alimentos de Abdul Latif Jameel (J-WAFS) en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (ITM), por ejemplo, respalda la investigación, la innovación y la tecnología para garantizar un suministro de alimentos y agua seguro y resistente con un mínimo impacto medioambiental. Desde que se estableció en 2014 se han financiado más de 60 proyectos, generando más de 12 millones de USD en fondos de seguimiento para ampliar la investigación[34].
Gran parte de la investigación respaldada por J-WAFS se centra en técnicas innovadoras para que los sistemas de alimentación y agua de los países en desarrollo sean más eficaces, eficientes, accesibles y asequibles.
Un ejemplo es Kenia, donde el J-WAFS está apoyando un proyecto liderado por los profesores del ITM Daniel Frey y Leon Glicksman para desarrollar cámaras de enfriamiento evaporativo de arcilla para conservar la fruta utilizando la evaporación natural de agua, sin necesidad de electricidad.
Otro proyecto se trata de la investigación dirigida por Tim Swager, profesor John D. MacArthur de Química del ITM, para desarrollar una tecnología de detección de la seguridad alimentaria rápida, fácil y asequible. La investigación se basa en unas gotitas especiales, llamadas emulsiones Janus, que pueden detectar la contaminación bacteriana en alimentos y líquidos, como agua y leche. Esta tecnología podría tener enormes beneficios en los países menos desarrollados.
Por ejemplo, las metástasis en las vacas son un gran problema para los productores de leche en todo el mundo y se pueden extender rápidamente por rebaños enteros. La India es un caso decisivo. Es habitual que la leche de una serie de rebaños distintos de una misma región se combine en una ubicación central. Si un rebaño tiene metástasis se contamina todo el lote y hay que deshacerse de él al completo. La tecnología de Swager podría identificar las metástasis en un rebaño afectado antes de que se contamine la leche en buen estado, reduciendo así los desperdicios. Esta tecnología ya ha salido del laboratorio como parte del programa J-WAFS Solutions y la empresa emergente Xibus Systems está desarrollando protocolos para pruebas de campo.
J-WAFS también se ha asociado con Rabobank en el Premio anual de innovación alimentaria y agrícola, que reconoce a los innovadores en la cadena de suministro de alimentos. Los proyectos premiados incluyen un equipo conjunto del ITM y la Universidad Tufts que ha desarrollado un recubrimiento basado en proteínas naturales para prolongar la vida útil de las frutas y verduras hasta un 50 %.
¿Alimento para el pensamiento?
La COVID-19 ha exacerbado las causas típicas de la inseguridad alimentaria, al tiempo que ha creado una disrupción sin precedentes y una recesión global que ha reducido gravemente la capacidad de millones de personas para acceder y permitirse una dieta saludable. Hasta ahora, el mundo ha evitado las peores predicciones de hambruna, pero el compromiso para ayudar a los más vulnerables debe mantenerse hasta 2021 y más allá.
Tomar medidas oportunas para fortalecer la seguridad alimentaria global no solo nos permite reducir el hambre, sino también abordar otros problemas vitales como el cambio climático, la pobreza, la salud global y el saneamiento.
La alimentación es fundamental para el futuro de nuestra sociedad, como deja claro su posición destacada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Su contribución más directa está reflejada en el ODS 2 – Hambre cero , pero también es esencial para el ODS 12 – Consumo y producción sostenibles, cuya meta es reducir a la mitad los residuos alimentarios per cápita de todo el mundo y disminuir la pérdida de alimentos para 2030 (Meta 12.3 de los ODS).[35] Para darnos cuenta de su repercusión, el cumplimiento del ODS 12 también contribuye a lograr 11 de los otros 16 objetivos de sostenibilidad de la ONU.
Ningún gobierno, organización o empresa podría pretender abordar estos problemas en solitario. Esto requiere colaboración y trabajo en equipo en todos los niveles, un enfoque colaborativo que es fundamental para la forma de trabajar de Abdul Latif Jameel. Estamos ante un desafío que debemos aceptar y superar juntos para lograr un futuro más sostenible, asequible y viable para nuestra sociedad.
[1] The state of food security and nutrition in the world, UNICEF, 2020
[2] The state of food security and nutrition in the world, UNICEF, 2020
[3] Food Security and COVID-19 (worldbank.org)
[4] http://www.fao.org/save-food/resources/en/
[5] https://www.wfp.org/stories/wfp-glance
[6] https://www.un.org/press/en/2021/sc14463.doc.htm
[7] https://www.un.org/press/en/2021/sc14463.doc.htm
[8] https://www.scidev.net/asia-pacific/opinions/covid-19-another-wake-up-call-for-food-security/
[9] https://www.scidev.net/asia-pacific/opinions/covid-19-another-wake-up-call-for-food-security/
[10] https://www.worldbank.org/en/topic/the-world-bank-group-and-the-desert-locust-outbreak#2
[11] https://www.imf.org/en/Publications/WEO/Issues/2021/01/26/2021-world-economic-outlook-update
[12] https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/@dgreports/@dcomm/documents/briefingnote/wcms_755910.pdf
[13] https://www.undp.org/press-releases/covid-19-looming-crisis-developing-countries-threatens-devastate-economies-and-ramp
[14] https://www.worldbank.org/en/news/press-release/2020/10/29/covid-19-remittance-flows-to-shrink-14-by-2021
[15] The state of food security and nutrition in the world, UNICEF, 2020
[16] https://cdn.wfp.org/2020/plate-of-food/
[17] https://www.npr.org/2020/09/27/912486921/food-insecurity-in-the-u-s-by-the-numbers
[18] https://www.ifpri.org/publication/covid-19-and-global-food-security
[19] http://www.fao.org/3/cb1000en/cb1000en.pdf
[20] https://www.unicef.org/media/72686/file/SOFI-2020-in-brief.pdf
[21] https://www.unicef-irc.org/publications/1176-covid-19-missing-more-than-a-classroom-the-impact-of-school-closures-on-childrens-nutrition.html?utm_source=twitter&utm_medium=socia
[22] https://www.wfp.org/stories/wfp-glance
[23] https://www.wfp.org/news/wfp-chief-calls-urgent-funds-avert-famine
[24] https://docs.wfp.org/api/documents/WFP-0000114546/download/?_ga=2.95744668.181467085.1597837110-1558960872.1597837110
[25] https://oxfordbusinessgroup.com/news/how-covid-19-honing-kuwait-s-focus-food-security
[26] http://www.fao.org/americas/noticias/ver/en/c/1269548/
[27] http://oxfordbusinessgroup.com/news/international-trade-year-review-2020
[28] http://documents.worldbank.org/curated/en/775981606955884100/Responding-to-the-Emerging-Food-Security-Crisis
[29] https://www.worldbank.org/en/news/press-release/2020/04/02/world-bank-fast-tracks-1-billion-covid-19-support-for-india?CID=SAR_EN_IN_NW
[30] https://www.worldbank.org/en/news/press-release/2020/06/18/china-new-project-to-reduce-risks-of-emerging-infectious-diseases-through-a-multisectoral-approach
[31] http://foodsustainability.eiu.com/wp-content/uploads/sites/34/2018/12/FixingFood2018-2.pdf
[32] https://www.worldbank.org/en/programs/africa-myths-and-facts/publication/is-post-harvest-loss-significant-in-sub-saharan-africa
[33] https://www.weforum.org/agenda/2015/08/which-countries-waste-the-most-food/
[34] https://jwafs.mit.edu/about/impact
[35] https://sustainabledevelopment.un.org/sdg12