Extracción de minerales del fondo marino: un dilema de lo más profundo
La vida está llena de contradicciones incómodas, de esa clase de dilemas que requieren algo más que soluciones rápidas y estándar.
Es el caso de la creciente necesidad de aumentar el suministro de minerales críticos, de aquellos metales raros que son esenciales para muchas de las tecnologías clave que nos permitirán lograr un futuro verdaderamente sostenible.
Como ya comenté en un artículo anterior dedicado a este tema, el suministro actual de minerales críticos no es suficiente para respaldar la rápida transición a las cero emisiones netas, tal y como prevén los objetivos del Acuerdo de París y se afirma en la COP26. Por ejemplo, la producción de litio y cobalto que se espera de las minas y proyectos existentes en construcción solo suministrará aproximadamente la mitad de nuestros requisitos para 2030. Del mismo modo, faltará el 20 % de la demanda de cobre proyectada. Mientras tanto, el suministro de materiales como el níquel de calidad para baterías y elementos de tierras raras clave, como el neodimio y el disprosio, también podría atravesar problemas de escasez en los próximos años.[1]
Debemos encontrar nuevas fuentes de las que extraer estos minerales, y debemos hacerlo rápido.
Hasta aquí no hay nada contradictorio.
El problema radica en que una de las mayores fuentes potenciales de minerales críticos está ante nuestros ojos: los océanos que dan vida a nuestro planeta. Sin embargo, se trata de una fuente que, en mi opinión, no podemos, más bien no debemos, simplemente saquear por nuestra comodidad a corto plazo.
Los mares y océanos son depósitos naturales, precisamente del tipo de minerales que necesitamos para sostener las nuevas tecnologías ecológicas. Y son muchas las personas dispuestas a invertir en la minería en las profundidades marinas para extraerlos. Ahora bien, los océanos son uno de los mayores recursos naturales del planeta; un recurso que se encuentra en gran medida indefenso frente a la explotación comercial. Si no actuamos con precaución, podríamos estar tratando de salvar el planeta destruyendo uno de sus entornos más preciados.
Sumerjámonos en los detalles
Un análisis más detallado de los hechos puede ayudar a desmitificar el problema y arrojar luz sobre posibles estrategias.
Deberíamos empezar por intentar comprender por qué la necesidad de elementos críticos es tan grande y aumenta con tanta rapidez. Ciertos elementos de tierras raras (como el praseodimio, el neodimio, el terbio y el disprosio) son necesarios para la fabricación de los componentes magnéticos de las turbinas y para los vehículos eléctricos, dos tecnologías que sustentan nuestro camino hacia las cero emisiones netas.
A medida que aumenta el uso de tecnologías energéticas sostenibles, como la eólica y la solar, también aumenta la necesidad de desarrollar una nueva generación de baterías en las que se pueda almacenar la energía generada. Estas baterías de alto rendimiento y larga duración dependen de elementos como el litio, el níquel, el cobalto, el manganeso y el grafito. Asimismo, también se necesita un suministro abundante de materiales como el cobre y el aluminio para el mantenimiento de las redes eléctricas.
Como vemos, la lista de lo que necesitamos es bastante extensa.
A primera vista, las profundidades del mar podrían ser una excelente fuente de la que extraer estos minerales tan necesarios para las tecnologías. A nivel mundial, las llanuras abisales (fondos marinos) contienen billones de valiosos nódulos polimetálicos de cobre, níquel y hierro. Con frecuencia, las antiguas fuentes hidrotermales indican la existencia de depósitos de sulfuro que contienen oro, plata, plomo y zinc. Los montes submarinos, por su parte, suelen presentar capas de cobalto en su superficie. Y todos estos minerales están simplemente allí, yaciendo intactos en el fondo del océano.
Tentador, ¿verdad?
Resulta casi inmoral no aprovechar semejante riqueza, fruto del bombardeo cósmico que se produjo durante la formación de la Tierra.
Si tan solo pudiéramos descender hasta esas profundidades y sacar uno a uno todos los nódulos del fondo marino, tendríamos acceso a un suministro casi infinito de los minerales necesarios para respaldar nuestra transición ecológica.
Por desgracia, cuando se trata del océano, nuestra sociedad —y nuestra tecnología— suele encontrarse con el agua hasta el cuello.
Aprender de las lecciones extraídas de la explotación minera en la tierra
El problema es sencillo: actualmente, carecemos de los conocimientos técnicos necesarios desde el punto de vista tecnológico para extraer de forma económica los minerales del fondo marino, no solo en términos de precisión, sino también, y lo que es más importante, sin que se produzca una grave destrucción medioambiental.
Hasta ahora, se ha recurrido al método espectacularmente impreciso del raspado, por el cual unas enormes máquinas rastrillan el fondo marino y destruyen toda la capa superficial biológicamente activa en busca de una masa relativamente pequeña de material útil. Es como si se destruyera toda una selva tropical únicamente para llegar a algunas rocas valiosas que se encuentran en el suelo.
Esta actividad no solo es destructiva en términos físicos a una escala casi inimaginable, sino que también interfiere en la vida de los organismos marinos que no habitan en el fondo del mar de una forma más sutil, pero no por ello menos catastrófica, por medio de la contaminación acústica marina.
Un informe de OceanCare[2], un grupo suizo que trabaja para la protección de la fauna marina, sugiere que las actividades de explotación minera en los fondos marinos podrían repercutir en la vida marina desde la superficie hasta el lecho marino. Las especies de aguas profundas serían especialmente vulnerables a este tipo de contaminación, ya que utilizan el sonido natural para realizar funciones como la detección de alimentos y no están acostumbradas al ruido antropogénico a corta distancia.
Además, muchas especies de aguas profundas también son sésiles, lo que significa que están unidas al lecho marino u otro objeto, como una formación rocosa. Por lo tanto, no serían capaces de eludir el ruido (ondas de vibración/presión) creado por las actividades de explotación minera en los fondos marinos. Según este informe, incluso las especies migratorias, como las ballenas, los delfines y las tortugas, podrían ver afectada su alimentación o apareamiento a causa de las actividades de explotación minera, incluso aunque solo pasaran por una zona en la que se estén realizando estos trabajos por un breve periodo de tiempo.
Por su parte, las consecuencias para los peces, los crustáceos y las plantas que habitan en el fondo marino serían desastrosas. Un terreno perjudicado y desprovisto de toda vida. Un ecosistema trastocado para siempre.
Jugamos con este ecosistema por nuestra cuenta y riesgo. Los fondos marinos pueden parecernos un entorno extraño (de hecho, probablemente la exploración del océano profundo esté mucho menos presente en nuestra conciencia colectiva influenciada por los medios de comunicación que la exploración del espacio), pero son fundamentales para la actividad y la supervivencia de la especie humana: absorben el calor del planeta, ya de por sí caliente a causa del calentamiento global, ralentizan el cambio climático al retener el carbono, albergan en ellos una abundante cantidad de organismos marinos y reciclan los nutrientes. Además, la mayor parte del “ciclo del carbono oceánico profundo” se produce en la confluencia de las placas tectónicas.
Y todo esto lo hacen forma silenciosa y eficiente, como llevan haciéndolo desde hace cientos de millones de años. Hasta que, por supuesto, nos interpongamos en su camino.
“Los delicados y longevos habitantes de las profundidades —gusanos poliquetos, pepinos de mar, corales y calamares— serían aniquilados por las labores de dragado. Al mismo tiempo, las columnas de sedimentos, cargadas de metales tóxicos, subirían en espiral a la superficie y envenenarían las cadenas alimentarias marinas”,[3] informa el periódico británico The Guardian.
Las poblaciones de criaturas marinas, asfixiadas por las nubes de lodo que se levantarían con las máquinas de dragado y “ensordecidas” por la contaminación acústica, podrían tardar siglos en recuperarse, si es que logran hacerlo.
Sin duda, si el historial de la explotación minera en la tierra puede ser utilizado como indicador fiable, aquellos que velan por la protección de los océanos tienen motivos suficientes para estar alarmados.
La extracción de carbón y metales preciosos en la tierra ha sido durante mucho tiempo perjudicial para el medio ambiente, lo que ha provocado una reducción de la biodiversidad, la destrucción de vías fluviales, la pérdida de vegetación, la contaminación y la erosión del suelo.
Se calcula que la minería representa entre el 4 % y el 7 % de todos los gases de efecto invernadero que se emiten al año, es decir, entre 1,9 gt y 5,1 gt de emisiones equivalentes de CO2.[4] Incluso la extracción de un mineral relativamente común, como puede ser el hierro, conlleva un elevado coste para el medio ambiente, ya que produce 2 kg de gases de efecto invernadero por cada kilogramo que se extrae.[5]
En resumen, nuestro historial de explotación minera en la tierra parece haberse regido por la consecución de objetivos a corto plazo, la obtención de ganancias por encima de las personas y del planeta y por una ineficacia desastrosa. Apenas ahora, mucho después de que el daño inicial ya esté hecho, comenzamos a comprender el impacto medioambiental que supone esta actividad y adoptamos medidas para el desarrollo de tecnologías y técnicas de mitigación que puedan contribuir a la preservación o conservación del medio ambiente.
Si permitimos que los océanos se exploten de forma similar, en lugar de prevenir los efectos del cambio climático podríamos agravar nuestros problemas y acelerar nuestro declive.
Aumento de la demanda de minerales críticos
No hay que esperar que la necesidad imperiosa de minerales críticos en el mundo disminuya con el paso del tiempo, más bien todo lo contrario.
Las plantas de energía eólica y solar, aunque son mucho más sostenibles que las alternativas tradicionales basadas en los combustibles fósiles, requieren entre un 200 % y un 300 % más de metales para su construcción y funcionamiento que las plantas estándar de gas.[6] Como tal, la cantidad de minerales necesarios para producir una unidad de energía ha aumentado en un 50 % desde antes de 2010, cuando las plantas de combustibles fósiles dominaban el sector.[7]
El aumento de los vehículos eléctricos y sus baterías implica que para 2040 podríamos necesitar hasta 40 veces más litio, entre 20 y 25 veces más grafito, cobalto y níquel, y el doble de cantidad de cobre de la que consumimos en la actualidad.
De hecho, para poder cumplir con nuestros objetivos climáticos en las próximas dos décadas, la energía limpia acabará representando el 90 % de la demanda mundial de litio, entre el 60% y el 70 % de la demanda de níquel y cobalto, y el 40 % de la demanda de cobre y elementos de tierras raras.
Los lechos marinos, las fuentes hidrotermales y los montes submarinos conforman un tesoro natural repleto de estos minerales. Además, estos minerales se encuentran en una variedad y proximidad mucho mayores que en cualquier ecosistema de tierra firme, donde a menudo se necesitan minas individuales para cada elemento por separado.
Por lo tanto, no es de extrañar que nuestros fondos marinos estén siendo objeto de exploración para la posible extracción de minerales a una escala sin precedentes.
Minería en las profundidades marinas: ¿una carrera hasta el fondo?
Japón está marcando el rumbo en lo que respecta a la explotación minera en aguas nacionales. En 2017, JOGMEC, su empresa minera estatal, logró extraer con éxito zinc de una fuente hidrotermal a 1600 metros de profundidad cerca de Okinawa, lo que sugiere que la viabilidad comercial es una posibilidad muy real a corto y medio plazo.[8]
Más allá de las aguas nacionales, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (International Seabed Authority, ISA), fundada por la ONU y que engloba a 167 estados miembros más la Unión Europea, se encarga de gestionar las aguas internacionales en nombre de todas las naciones.
Uno de sus mandatos es contribuir a la protección del entorno marino de los efectos potencialmente dañinos de la explotación minera de los fondos marinos. Desde 2014, ha estado elaborando un marco normativo internacional para garantizar que estas actividades mineras beneficien a la población de todo el mundo, pero la pandemia mundial de COVID-19 ha obstaculizado los avances.
Mientras tanto, a lo largo de este siglo, la ISA ha concedido 31 licencias de exploración a empresas mineras internacionales para que realicen trabajos de investigación en los océanos Pacífico, Índico y Atlántico Central. Cinco de estas licencias se han concedido solo a China, lo que la convierte en la nación con más derechos de explotación minera de los fondos marinos del mundo. Esto significa que actualmente China tiene derecho a explorar y potencialmente comercializar 238 000 kilómetros cuadrados (casi el tamaño de Nueva Zelanda) de fondos marinos en zonas fuera de su jurisdicción nacional para la extracción de cobalto, níquel, cobre y otros minerales de gran valor. Otros actores clave en la carrera hacia el fondo marino son Japón, Reino Unido, Alemania, Francia, Corea y Rusia.
Uno de los lugares más ricos en recursos es la zona de Clarion Clipperton, en el océano Pacífico centro-oriental que se cree que contiene hasta seis veces más cobalto dentro de sus 6 millones de km2 que todas las reservas conocidas en tierra firme.[9]
Según algunas estimaciones, la comercialización de la explotación minera de los fondos marinos podría comenzar en el año 2024. Esa es la fecha en la que está previsto que los contratistas que trabajan en nombre de la isla de Nauru, en el Pacífico, empiecen a recoger nódulos en sus aguas. En otras zonas del Pacífico, están previstas operaciones similares en Kiribati y Tonga. Todo esto ha llevado a que muchos gobiernos hayan exigido la detención de cualquier actividad de explotación minera en los fondos marinos hasta que se conozcan plenamente los impactos que esta puede causar, aunque podría tardarse décadas en llevar a cabo esta investigación.[10]
La oposición es cada vez mayor. En la Conferencia sobre los Océanos de las Naciones Unidas, celebrada este año en Portugal, científicos, ecologistas y grupos de la sociedad civil aunaron fuerzas para formalizar sus objeciones a la explotación minera de los fondos marinos.[11]
Durante la conferencia, Frank Bainimarama, el primer ministro de Fiyi, dijo que la continuación de las actividades de minería en los fondos marinos supondría “destruir de forma irreversible los antiguos hábitos de las profundidades marinas y perjudicar a quienes dependen del océano para su sustento”.
Chile propuso un aplazamiento de 15 años de la normativa que permite la explotación minera de los fondos marinos, y 146 legisladores de diversas partes del mundo firmaron la Declaración Parlamentaria Mundial que hace un llamamiento a una moratoria para la explotación minera de los fondos marinos.
Ojalá estas medidas no sean insuficientes ni lleguen demasiado tarde.
Si somos descuidados con la naturaleza, ¿quién sabe qué oportunidades podemos desperdiciar? Solo en los últimos 20 años se han descubierto miles de nuevas especies de organismos subacuáticos, y algunas de estas especies exóticas nos ayudan de formas insospechadas.
Por ejemplo, la resistencia bacteriana a los antibióticos es una amenaza creciente en todo el mundo. Las bacterias que viven en ciertas esponjas producen compuestos antimicrobianos que pueden ayudar a los científicos a fabricar nuevos antibióticos.
El peligro de llevar a cabo una explotación minera imprudente en los fondos marinos es que pueden extinguirse especies nuevas incluso antes de que sean identificadas, privándonos para siempre de sus beneficios naturales o incluso privándonos de la posibilidad de hacer frente a futuras pandemias.[12]
Como nos advierte el profesor Craig Smith, catedrático de Oceanografía de la Universidad de Hawái:
“La minería de los fondos marinos podría acabar teniendo la mayor huella en términos de superficie de impacto que cualquier otra actividad humana en el planeta”.[13]
En mi opinión… tiene que haber una forma mejor.
Una ola de alternativas al saqueo de los fondos marinos
¿Y si en lugar de esforzarnos por satisfacer nuestro deseo cada vez mayor de minerales raros y ecológicamente sensibles, redujéramos nuestra necesidad de ellos?
El reciclaje de metales y el desarrollo de tecnologías ecológicas alternativas son dos enfoques que merecen ser estudiados.
El reciclaje permitiría extraer metales valiosos de las baterías agotadas de los vehículos eléctricos y reutilizarlos durante el proceso de producción de otras nuevas. Según algunas estimaciones, esta técnica podría satisfacer entre el 35 % y el 40 % de nuestra demanda de estos minerales de aquí a 2035.[14]
Y no solamente se podría reciclar selectivamente el contenido metálico de las baterías, sino también el de las unidades de disco, las placas de circuitos e incluso las luces fluorescentes, lo que supondría una disminución de la demanda de indio, itrio, neodimio, cobalto y litio de nueva extracción.[15]
Otros investigadores están estudiando tecnologías de baterías alternativas, que evitan por completo la necesidad de metales como el cobalto, el manganeso, el níquel y el cobre. Por ejemplo, se están realizando avances en el desarrollo de baterías de litio-ferrofosfato (LFP), que utilizan el LFP como cátodo y un electrodo de carbono grafítico como ánodo.
Según un estudio, las baterías de LFP tienen un coste un 6 % menor que las de NMC (níquel, manganeso y cobalto) y su vida útil puede ser un 67 % mayor en términos de ciclos de recarga.[16]
Con el ímpetu creciente de la comercialización de los yacimientos de los fondos marinos del Pacífico, y con las tecnologías alternativas en el horizonte, la resistencia a la minería en el fondo del mar es cada vez mayor. Pero mientras tanto, ¿qué más podemos hacer nosotros?
Resulta que hay una forma mejor…
Si no estuviéramos explorando el fondo de los océanos en busca de minerales, arrasando con toda vida a nuestro paso, ¿qué estaríamos haciendo?
La empresa emergente estadounidense Lilac Solutions, de la que es inversora Jameel Investment Management Company (JIMCO), ofrece una visión de lo que podría ser la solución de estos problemas con una perspectiva diferente.
Lilac se percató de la existencia de un problema: en concreto, que la mayoría de las reservas de litio del mundo proceden de depósitos naturales de agua salada (salmuera), pero que para separar el litio del agua salada se necesitan grandes estanques de evaporación que son dañinos para el medio ambiente. Como respuesta a este problema, Lilac ha desarrollado una nueva tecnología de “intercambio iónico” para la extracción del litio del agua salada sin necesidad de estos estanques de evaporación. Este método contribuye a la recuperación y, al mismo tiempo, proporciona un producto de gran pureza y con un impacto medioambiental relativamente menor.
¿Cómo funciona? Las perlas especiales de intercambio iónico de Lilac absorben el litio a medida que la salmuera fluye a través de los depósitos de agua. Posteriormente, se añade ácido clorhídrico para extraer el litio de las perlas, lo que da lugar a cloruro de litio, que puede transformarse en carbonato de litio o hidróxido de litio apto para las baterías. El proceso de extracción de litio que antes tenía una duración de dos años, ahora puede realizarse en cuestión de dos horas.
El intercambio de iones se ha utilizado anteriormente en programas de tratamiento de aguas, pero nunca antes en la industria de los elementos raros.
Si se lograra implementar tecnologías similares a una escala mayor, se reforzaría el argumento de que debe dejarse que los lechos marinos prosigan su curso natural en lugar de acabar con toda su actividad biológica. De lo contrario, condenamos a las generaciones futuras a habitar un mundo desprovisto de los abundantes nutrientes de los océanos y de uno de los mayores encargados de regular nuestro ecosistema.
La salvación: viajar del interior al espacio exterior
Otro descubrimiento potencialmente revolucionario proviene de Australia, donde los investigadores han recuperado depósitos ricos en cobalto de los residuos de las minas de cobre de las zonas despobladas del interior del país. Las pruebas muestran que los residuos contienen más de 200 veces la cantidad de cobalto que se encuentra normalmente en la corteza del planeta. En estos momentos, equipos de geólogos están examinando otras muestras de residuos mineros en todo el país para ver cuánto cobalto podría estar esperando a ser desenterrado.[17]
Si tomamos este descubrimiento como un indicio, tal vez quiera decir que hemos estado buscando en el lugar equivocado todo este tiempo y que el suministro de minerales críticos de más fácil acceso está más cerca de casa que de las profundidades insondables.
Por otra parte, en lugar de mirar hacia abajo a través de la oscuridad subterránea, quizás también deberíamos levantar la vista hacia el cielo.
El 8 % de los asteroides que orbitan en nuestro sistema solar son cuerpos ricos en metales y el 75 % son cuerpos carbonosos ricos en volátiles. Los metales más densos, los minerales del grupo del platino y los elementos de tierras raras se distribuyen uniformemente por toda la superficie de los asteroides, lo que significa que pueden extraerse de profundidades relativamente bajas, una vez superado el problema de cómo apropiarnos del asteroide, por supuesto.
De momento, la tecnología necesaria sigue en vías de desarrollo, pero varias empresas ya compiten por el protagonismo. Entre ellas se encuentran Planetary Resources, fundada en Washington en 2012 (y posteriormente adquirida por ConsenSys) por parte de Peter Diamandis, Chris Lewicki, entre otros; y Deep Space Industries, con sede en Silicon Valley (posteriormente adquirida por Bradford Space), entre cuyos fundadores en 2013 se encontraba Rick Tumlinson, emprendedor de varias compañías espaciales.[18]
Un ejemplo más reciente es el de la empresa emergente californiana AstroForge, que se lanzó al mercado en enero de 2022 con 13 millones de dólares de financiación inicial. Actualmente, cuenta con tecnología de entorno de laboratorio para procesar material extraído del espacio profundo, pero tiene previsto probar su equipo en órbita a través de un futuro vuelo SpaceX.[19]
Estos esfuerzos podrían resultar muy rentables.
Un estudio sugiere que el aprovechamiento de un asteroide de 500 toneladas y su ubicación en una órbita terrestre baja tendría un coste de alrededor de 2600 millones de dólares, mientras que si se tratara de un asteroide de 30 metros podría producirse hasta 50 000 millones de dólares solo en platino.[20]
Este es el tipo de cifras que hacen que la gente reaccione y tome nota.
La cuenta atrás para la destrucción irreversible de la biodiversidad está en marcha
Nadie niega la importancia que tienen los minerales críticos para una serie de tecnologías intrínsecas a la vida moderna: teléfonos móviles, baterías, energía verde, microchips, etc. El desafío radica en adquirirlos de la manera menos destructiva posible para el medio ambiente.
Antes de devastar las poblaciones de peces y hacer estragos en todo un ecosistema con el incremento de la explotación minera de los fondos marinos, tenemos que reconocer nuestra posición de relativa ignorancia y pulsar el botón de “pausa”.
Necesitamos más conocimientos y más información, de lo contrario, nos arriesgamos a repetir los errores cometidos en el pasado con la exploración minera terrestre y a causar una profanación irreversible de nuestros entornos marinos.
Sería muy fácil explorar hasta el último rincón de nuestros fondos marinos en busca de cualquier fragmento de mineral que tenga valor, dejando un rastro de caos a nuestro paso, pero sería mucho más difícil reparar el daño causado.
[1] https://www.iea.org/reports/the-role-of-critical-minerals-in-clean-energy-transitions, AIE, mayo de 2021
[2] https://www.oceancare.org/wp-content/uploads/2021/11/DeepSeaMining_a-noisy-affair_report_OceanCare_2021.pdf
[3] https://www.theguardian.com/world/2021/aug/29/is-deep-sea-mining-a-cure-for-the-climate-crisis-or-a-curse
[4] https://www.mckinsey.com/business-functions/sustainability/our-insights/climate-risk-and-decarbonization-what-every-mining-ceo-needs-to-know
[5] https://earth.org/environmental-problems-caused-by-mining/
[6] https://www.mckinsey.com/industries/metals-and-mining/our-insights/the-raw-materials-challenge-how-the-metals-and-mining-sector-will-be-at-the-core-of-enabling-the-energy-transition
[7] https://www.iea.org/reports/the-role-of-critical-minerals-in-clean-energy-transitions
[8] https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0964569120301526
[9] https://www.youtube.com/watch?v=7HoVwJH-_so
[10] https://www.nationalgeographic.com/environment/article/proposed-deep-sea-mining-would-kill-animals-not-yet-discovered
[11] https://globalvoices.org/2022/07/05/the-tide-is-rising-against-deep-sea-mining/
[12] https://www.theguardian.com/environment/2021/sep/29/covid-tests-and-superbugs-how-the-deep-sea-could-help-us-fight-pandemics
[13] https://www.boldbusiness.com/energy/blue-economy-impact-deep-seabed-mining-ocean-minerals/
[14] https://www.theguardian.com/world/2021/aug/29/is-deep-sea-mining-a-cure-for-the-climate-crisis-or-a-curse
[15] https://www.theguardian.com/environment/2021/may/10/recycling-rare-metals-climate-green-technology
[16] https://www.pnnl.gov/sites/default/files/media/file/Final%20-%20ESGC%20Cost%20Performance%20Report%2012-11-2020.pdf
[17] https://www.ft.com/content/d142bb46-1bc0-49bd-8005-0833497b84e0
[18] https://web.mit.edu/12.000/www/m2016/finalwebsite/solutions/asteroids.html
[19] https://www.space.com/asteroid-mining-startup-astroforge-2023-launch
[20] https://web.mit.edu/12.000/www/m2016/finalwebsite/solutions/asteroids.html
Cartoon image illustrated by Graeme MacKay