Temperaturas más elevadas, mareas más altas y vientos más fuertes. Más lluvia, más tormentas, más plagas, más agentes patógenos y más incendios. Menos lluvia, menos hielo glaciar y menos masa de tierra habitable. 2019 y los años inmediatamente anteriores han visto una serie de desastres relacionados con el cambio climático en todo el mundo, desde inundaciones hasta incendios, pasando por huracanes y sequías.

Fady Jameel, presidente adjunto y vicepresidente, Abdul Latif Jameel

Más caliente, más húmedo, más salvaje

En marzo, el ciclón Idai golpeó la tierra en Mozambique, mató a más de 1000 personas y provocó inundaciones y cortes de energía en todo el sur de África. En agosto, enormes incendios se extendieron por varias de las Islas Canarias, mientras que las inundaciones provocadas por un monzón mataron a más de 200 personas en la India, Nepal, Bangladesh y Pakistán, y Chile sufrió la peor sequía en 60 años.

Más recientemente, unas mareas especialmente vivas y un aumento de la actividad tormentosa, como no se habían visto en Venecia en medio siglo, sumergieron en 187 cm de agua salada a gran parte de la ciudad. Mientras tanto, en California y Australia, los incendios destruyeron miles de hectáreas y dejaron a comunidades enteras sin hogar.

 

Incendios en bosques californianos. Crédito fotográfico © Mark Ralston/Getty Images

La organización humanitaria Oxfam, con sede en el Reino Unido, estima que los “extremos climáticos” implican que más de 52 millones de personas en 18 países de África se enfrentan a la hambruna[1]. Al mismo tiempo, tras los enormes incendios que arrasaron el Amazonas a principios de este año, la NASA identificó que muchas de las conflagraciones más feroces se produjeron en “zonas con estrés hídrico”[2] donde la actividad humana ha reducido la cantidad de vapor de agua liberado por las plantas, haciéndolas más susceptibles a los incendios[3].

La frecuencia aparentemente creciente de estos incidentes se produce en medio de un reconocimiento cada vez mayor de que las proyecciones anteriores de la escala y el ritmo del cambio climático pueden haber sido subestimadas de forma sorprendente. De hecho, ya en el año 2013, un informe de la revista Global Environmental Change encontró que “al menos algunos de los atributos clave del calentamiento global por el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera se han subestimado, en concreto en las evaluaciones del IPCC de la ciencia física”. [4]

Este fracaso histórico a la hora de predecir con precisión el ritmo cada vez más acelerado del cambio climático trae consigo el riesgo, muy real, de que también estemos subestimando la realidad de sus costes económicos. Después de todo, las estimaciones basadas en datos imprecisos inevitablemente serán también imprecisas.

A esto se añade nuestra tendencia humana a basar las estimaciones de los costes futuros en nuestras experiencias anteriores. Por ejemplo, basando el impacto financiero de un huracán inminente únicamente en nuestra experiencia pasada con los huracanes. Los estadísticos lo denominan “estacionariedad”: uso de sucesos pasados para definir predicciones futuras. Muchos economistas han sido lentos al apreciar, o al menos tener en cuenta, el vínculo entre la estacionariedad y las predicciones sobre los verdaderos costes del cambio climático.

Los daños climáticos se consideraron como un desafío específico que debe “solucionarse” en nuestro camino hacia un crecimiento económico continuo, porque eso es lo que siempre ha sucedido en el pasado. Pero cuando las condiciones cambian tan rápida y acusadamente que el pasado ya no es una referencia fiable, como en el caso del cambio climático, las estimaciones de costes basadas en el pasado se vuelven rápidamente irrelevantes.

A esto se añade el efecto cascada del cambio climático. Una razón por la que los efectos del cambio climático son difíciles de imaginar es que no se producirán de forma aislada, sino que probablemente se alimentarán unos a otros, y alterarán, empeorarán, mitigarán o ralentizarán los resultados en formas desconocidas.

Por ejemplo, un clima cálido podría reducir la producción de alimentos en un país, lo que provocaría una malnutrición generalizada que disminuiría la capacidad de su población de soportar el calor y la enfermedad, dando lugar a un aumento de la mortalidad y dificultando su adaptación al cambio climático. En un escenario aún peor, el cambio climático conduce a recesión económica, lo que a su vez produce una alteración social y política que socava la capacidad de los países de evitar un mayor daño climático.

No es una sencilla cadena de eventos a la que simplemente hay que ponerle un coste, y una razón por la que, a través del Laboratorio de Sistemas de Agua y Alimentos de Abdul Latif Jameel (J-WAFS) en MIT, Community Jameel está ayudando a financiar investigaciones pioneras que podrían ayudar a hacer que los sistemas de agua y alimentos en todo el mundo fueran más resistentes y sostenibles frente al cambio climático.

Estos tipos de efectos en cascada solo han empezado recientemente a captarse en modelos económicos de cambio climático, pero parece que se está produciendo un cambio de actitud.

¿Está comenzando la política climática a ponerse al día con la ciencia climática?

Un año después del Acuerdo de París de 2016, en la Cumbre sobre la Acción Climática organizada por el secretario general de la ONU y celebrada en Nueva York, se anunció que unos 77 países se habían comprometido a emisiones de carbono neto cero en 2050. Varios países, entre ellos el Reino Unido, Francia, Suecia y Noruega, introdujeron legislación a tal efecto. Lamentablemente, para muchos otros, algunos de los cuales son críticos para alcanzar los objetivos globales, dicho objetivo sigue siendo meramente una “aspiración”.

Map of Climate Change Impact

A medida que los impactos del cambio climático comienzan a aumentar, los costes monetarios se percibirán en todos los niveles del sistema económico: desde las empresas individuales, pasando por los balances nacionales, hasta llegar a afectar a toda la estructura financiera mundial.

Las empresas se preparan para el impacto en el balance final

Carbon Disclosure Project Logo

En junio de 2019, una investigación realizada por la organización benéfica CDP, anteriormente conocida como Carbon Disclosure Project, reveló que 200 de las mayores empresas del mundo que cotizan en bolsa habían pronosticado que el cambio climático podría suponerles un coste total combinado de casi un billón de USD, y que gran parte del daño se produciría en los próximos cinco años. 

El informe sobre el Cambio Climático 2018 de CDP afirma que las empresas, desde Apple y Microsoft hasta Unilever y China Mobile, anticiparon un total de 970 000 millones de USD en costes adicionales.

Entre los factores desencadenantes más probables se encuentran los costes asociados a las temperaturas más altas, los patrones climáticos caóticos y el precio de las emisiones de gases de efecto invernadero. Aproximadamente la mitad de estos costes se consideran como “probablemente casi seguros”.

Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo de las Naciones Unidas (ILO) publicado en julio de 2019[1], dado un aumento de la temperatura de 1,5°C para finales de siglo, podemos esperar que se produzca un aumento del estrés por calor relacionado con el trabajo y una pérdida de productividad equivalente al 2,2 % del total de horas de trabajo en todo el mundo (o 80 millones de puestos de trabajo) para 2030. La agricultura y la construcción serán dos de los sectores más afectados. Alrededor de 940 millones de personas trabajan en agricultura en todo el mundo, y el sector podría representar el 60 % de las pérdidas de horas de trabajo globales debido al estrés térmico en el año 2030. Las horas de trabajo globales en construcción podrían reducirse un 19 % en la misma fecha.

La productividad no es el único pilar del modelo económico que está bajo presión, también lo es el de las compras. El impacto de los desastres naturales extremos equivale a una pérdida global de 520 000 millones de USD en consumo anual. [2]

Un estudio realizado en 2012 por Melissa Dell, profesora de economía de Harvard e investigadora de la Oficina Nacional de Investigación Económica, indica que cada aumento de 1°C en la temperatura media se traduce en un descenso del ingreso per cápita del 8 %. [3]

Sólo los desastres naturales obligan a unos 26 millones de personas a vivir en la pobreza cada año, y si no se toman medidas urgentes, el cambio climático podría obligar a otros 100 millones de personas a vivir en la pobreza para el año 2030. Este estancamiento económico podría tener un efecto catalizador en los resultados finales, tanto para las empresas como para los países.

Las economías del “primer mundo” son vulnerables a la reducción del PIB

De hecho, las pérdidas empresariales por el cambio climático reforzarán la disparidad económica ya existente, ya que las empresas de las regiones más pobres del mundo, con menos recursos para adaptarse con la misma rapidez o eficacia, sufrirán inevitablemente la pérdida más importante.

El Banco Mundial piensa que hasta 143 millones de personas de tres regiones en vías de desarrollo podrían convertirse en migrantes climáticos de aquí a 2050[4]; personas, familias e incluso comunidades enteras se verán forzadas a buscar lugares para vivir que sean menos vulnerables al cambio climático.                                                                                 

Simon Stiell

“Tengan en cuenta que nosotros, los estados en desarrollo, somos los menos responsables de las causas del cambio climático, pero somos las primeras víctimas de él”, explica Simon Stiell, Ministro de Resistencia Climática de Granada, una de las naciones convocantes de la Comisión Global de Adaptación (CGA).

La CGA está dirigida por el ex secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, el fundador de Microsoft, Bill Gates y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional Kristalina Georgieva, y comprende países como China, México y el Reino Unido, así como países vulnerables al clima como Bangladesh y las Islas Marshall.

Se formó en 2018 para ayudar a garantizar que los sistemas sociales y económicos pudieran soportar las consecuencias del cambio climático.

No obstante, esto no significa que los mercados desarrollados puedan permitirse ser complacientes, seguros en el conocimiento de que sus economías están protegidas de los peores efectos del cambio climático. De hecho, el impacto podría ser mayor, relativamente hablando, ya que tienen más que perder.

Un estudio realizado en agosto de 2019 por la Oficina Nacional de Investigación Económica de los Estados Unidos (NBER) estimó que los costes potenciales del cambio climático son muy superiores a lo que se pensaba, en particular en el mundo de la industria. [1]

Por ejemplo, un aumento continuo de la temperatura de alrededor de 0,04°C en un escenario “sin cambios” (en el que el carbono sigue emitiéndose al ritmo actual) supondría un recorte del 7,2 % del PIB per cápita en todo el mundo para el 2100.

La NBER estima que EE. UU. podría perder hasta un 10,5 % de su PIB en 2100, lo que equivale a más de 2 billones de USD a los niveles de 2018. El PIB de Canadá se reduciría en más de un 13 % (aproximadamente 221 000 millones de USD), mientras que Japón, India y Nueva Zelanda podrían perder alrededor de un 10 % (unos 500 000 millones de USD, 270 000 millones de USD y 20 000 millones de USD respectivamente).

El histórico Informe Stern sobre la Economía del Cambio Climático del gobierno del Reino Unido[2] advierte que los costes de los eventos climáticos extremos (tormentas, huracanes, tifones, inundaciones, sequías, olas de calor) podrían alcanzar el 0,5-1 % del PIB mundial anual a mediados de siglo, o incluso más si el mundo sigue calentándose.

Aumenta el espectro de pérdidas por inundaciones anuales en el Reino Unido, pasando del 0,1 % del PIB actual al 0,2-0,4 % si las temperaturas globales aumentan en 3 o 4°C. Además, sugiere que las olas de calor como la experimentada en Europa en 2003, que causaron pérdidas agrícolas de unos 15 000 millones de USD, serán “comunes” a mediados de siglo.

La responsabilidad financiera del cambio climático se extiende más allá de las fronteras

Pocas economías saldrán indemnes de la responsabilidad de hacer frente al cambio climático. Al fin y al cabo, se trata de una crisis mundial única que no reconoce fronteras, ni culturales ni económicas.

El Informe Stern afirma que será necesaria nada menos que una “transformación” en el flujo de la financiación internacional del carbono para lograr una reducción significativa de las emisiones. Esta estrategia tiene un precio. Es probable que los costes adicionales de las inversiones de carbono en los países en desarrollo sean de “al menos” 20 000-30 000 millones de USD anuales. El reparto equitativo de estos costes dependerá de una importante expansión de los regímenes de comercio, como el sistema de comercio de derechos de emisión de la UE (EU ETS).

Además, las investigaciones sugieren que el “coste de oportunidad” (es decir, el potencial financiero no explotado) de la preservación de los bosques en los ocho países que representan casi las tres cuartas partes de las emisiones derivadas del uso de la tierra podría ascender a 5000 millones de USD anuales. La forma en que estos sacrificios se pueden compensar de manera justa es parte de un debate continuo.

En cualquier dirección que se mire, los costes del cambio climático aumentan. Sólo en los países de la OECD, los costes adicionales para reforzar las nuevas infraestructuras y edificios contra el cambio climático podrían alcanzar los 150 000 millones de USD al año (el 0,5 % del PIB)[3].

Tomemos el reciente anuncio de Drax Group de su plan para hacer que la planta de energía de Drax en North Yorkshire, Reino Unido, sea carbono-negativa en un plazo de 10 años, convirtiéndose en el primer negocio de carbono-negativo del mundo.[4] Incluso en su forma actual, habiendo ya convertido sus enormes unidades de generación de carbón para que funcionen con biomasa renovable, Drax requiere subsidios gubernamentales de 2 millones de libras esterlinas (2,63 millones de USD) al día para operar. Su nueva iniciativa, para recuperar millones de toneladas de carbono emitidas por la planta y almacenarlo bajo tierra, requerirá aún más apoyo estatal para ser viable.

Es evidente que una crisis mundial requiere una respuesta mundial, y parte de ello significa “vender” la noción de que la inversión centrada en el clima puede aportar beneficios mensurables.

Un nuevo tipo de análisis de costes/beneficios

Las investigaciones de la CGA[5] señalan los posibles beneficios de abordar el cambio climático que podrían superar con creces los costes iniciales.

Global Commission on Adaptation LogoSegún la investigación, el mundo debe invertir no menos de 1,8 billones de USD para el año 2030 con el fin de prepararse para los efectos del calentamiento global, pero los beneficios que se deriven de esta inversión podrían suponer hasta cuatro veces más.

Se estima que una inversión de 1,8 billones de USD en sistemas de alerta meteorológica, infraestructura, agricultura en tierras secas, protección de manglares y gestión del agua para 2030 produciría 7,1 billones de USD en beneficios.

Señala a la Barrera del Támesis en el Reino Unido, que protege a 1,3 millones de londinenses de las inundaciones, como ejemplo de los beneficios que pueden derivarse de este tipo de previsión.

Thames Barrier

Aunque los costes de construcción de la barrera alcanzaron los 534 millones de GBP (686 millones de USD), sin ella el riesgo de inundaciones habría impedido las inversiones que permitieron a Canary Wharf convertirse en uno de los centros financieros más importantes del planeta, hogar de muchas de las mayores empresas financieras del mundo, y generar enormes ingresos fiscales para el Gobierno del Reino Unido.

De manera similar, con miras al futuro, la CGA sugiere que la inversión de 800 millones de USD en sistemas de alerta de tormentas en los países en desarrollo podría evitar la necesidad de gastar hasta 16 000 millones de USD al año en la mitigación de los daños causados por dichas tormentas.

Los desastres naturales cuestan actualmente unos 18 000 millones de USD al año en los países de ingresos bajos y medios sólo como resultado de los daños en la infraestructura de energía y transporte, lo que provoca una mayor perturbación para los hogares y las empresas por un importe de 390 000 millones de USD al año[1].

“Los gobiernos y las empresas necesitan replantearse radicalmente la forma en que toman las decisiones,” declaró Ban Ki-moon, en la presentación del informe. “Necesitamos una revolución en la comprensión, planificación y financiación que haga visible el riesgo climático”.

Investigaciones adicionales demuestran que los países podrían ahorrar en conjunto alrededor de 250 000 millones de USD al año si reforman los sistemas de energía ineficientes y eliminan los costosos subsidios a la energía. Tales cifras son un potente factor de motivación. [2]

Además del dinero ahorrado, también hay dinero que ganar. El Informe Stern del Reino Unido prevé nuevas y enormes oportunidades de negocio a medida que crece la demanda de bienes y servicios de alta eficiencia y bajo carbono: “Es probable que los mercados de productos energéticos de bajo carbono tengan un valor de al menos 500 000 millones de USD anuales para 2050, y tal vez mucho más”, afirma, antes de recomendar que tanto las empresas como los países se posicionen para capitalizar estas oportunidades.

Entre los ámbitos específicos en los que una inversión rápida podría generar beneficios rápidos se incluyen la mejora de la eficiencia energética y la reducción de la quema de gas, así como “programas piloto a gran escala [que] generarían una importante experiencia para guiar las negociaciones futuras”.

La demora en la respuesta aumenta el riesgo y pone en peligro las oportunidades

Dado lo mucho que está en juego, los gobiernos de todo el mundo deberían invertir de inmediato en medidas para combatir el cambio climático, proteger nuestras economías y salvaguardar nuestras comunidades, evitando así desembolsos aún mayores en el futuro para tratar de reconstruirlas.

Hay algunos elementos de este rompecabezas que se pueden calcular, por ejemplo, la descarbonización de los sistemas de generación y distribución de energía eléctrica del mundo. La Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) estima que se necesitan alrededor de 26 billones de USD de inversión en generación de baja emisión de carbono para el año 2050. La descarbonización de la sociedad a esta escala exige un cambio integral en casi todos los aspectos de nuestro modelo económico actual. El sector de la energía y los servicios públicos debe desempeñar un papel fundamental en la mayoría, o tal vez en todos, estos cambios.

El cambio nunca es fácil. Como en cualquier transición, lo que para algunos supone un coste aparentemente insuperable es para aquellos que están dispuestos a emprender un nuevo mundo, una oportunidad de inversión y un futuro flujo de ingresos. Una futura economía de bajo carbono, al igual que la transformación en la revolución industrial o hacia un mundo digitalizado, presenta vastas oportunidades de desarrollo en áreas que incluyen soluciones de transporte electrificado, calefacción y refrigeración sostenibles, el surgimiento de una economía “hidrogenizada” y redes eléctricas inteligentes, de carga equilibrada, para optimizar las fluctuaciones de la oferta y la demanda.

Espero que la asociación público-privada sea parte de la respuesta y que los inversores institucionales que buscan rendimientos previsibles se unan a los gobiernos para ayudar a asegurar el capital necesario. Así podremos casar esto con los pioneros en el desarrollo de nuestros sistemas de energía limpia del mañana.

[1] Lifelines: Tomando acción hacia una infraestructura más resiliente, Banco Mundial, 2019

[2] https://webarchive.nationalarchives.gov.uk/+/http:/www.hm-treasury.gov.uk/media/4/3/executive_summary.pdf

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