El día de Año Nuevo, mientras incendios descontrolados sin precedentes continuaban protagonizando la temporada de incendios de 2022-23 en Nueva Gales del Sur, Australia, miles de personas desesperadas se amontonaron en la playa con dos planes en mente: subirse a los barcos y dirigirse mar adentro o simplemente entrar en el agua y esperar.

Fue el clímax de semanas de humo y fuego, de más de 40 oC y de incendios impulsados por vientos incesantes. El calor era tan abrasador que los dispositivos electrónicos simplemente dejaron de funcionar. La gente dormía con máscaras de gas y no estaban seguros de si se despertarían. Muchos perecieron trágicamente.[1]

Recuerdo haber leído, con una sensación de desconfianza y miedo, historias de primera mano de cuando las tormentas de fuego golpearon Nueva Gales del Sur y Victoria, en Australia, en 2020. En las noticias de televisión observé escenas que parecían sacadas de una película apocalíptica, y recuerdo haber pensado: este no puede ser nuestro futuro.

Sin embargo, lo alarmante es que esta tragedia, ocurrida hace casi tres años, resultó no ser única. En 2021, grandes franjas de Turquía y Grecia fueron ingeridas por incendios forestales. Tanto los lugareños como los turistas tuvieron que huir de la isla griega de Evia, al noreste de Atenas, mientras las llamas fuera de control arrasaban decenas de miles de hectáreas de árboles y cientos de casas.

Este año, las nefastas cifras siguen creciendo. Los incendios se han extendido por todos los continentes. En Europa, las llamas en el suroeste de Francia y la Península Ibérica asolaron más de 750 000 hectáreas, el doble del total de los últimos 15 años combinados.[2] En Sudamérica, solo en agosto se registraron más de 30 000 incendios forestales en el Amazonas, la mayor cifra en 10 años. En los EE. UU. hubo incendios fuera de control desde Texas, en el sur, hasta Washington, en el norte, y California, en el oeste. En Asia, Kazajistán, Mongolia y Siberia también han sentido la ira de las condiciones calurosas y secas. Durante el pasado año, Mongolia registró un aumento en incendios forestales del 73 % y más de un millón de hectáreas de tierra quemada.[3] Y en Australia, estos eventos recurrentes han llegado al oeste, abarcando territorios alrededor de Albany, Eagle Bay, Dunsborough y Bridgetown. Nueva Gales del Sur y Victoria solo evitaron un mal mayor porque gran parte de su vegetación inflamable ya se había carbonizado en temporadas anteriores.

El mundo sigue quemándose y nosotros continuamos observándolo asombrados. Sin embargo, no tenemos excusas para mostrar una actitud pasiva y esperar al desarrollo de un futuro distópico.

Temperaturas del aire superficial en el hemisferio este el 13 de julio de 2022. Crédito de la imagen: Observatorio de la Tierra de la NASA.

Resulta que somos actores centrales en el auge de los incendios forestales en todo el mundo. Si los incendios forestales representasen una escena de crimen inmensa y carbonizada, nuestras huellas dactilares se recopilarían como pruebas incriminatorias.

El Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (European Forest Fire Information System, EFFIS) calcula que hasta el 95 % de los incendios forestales de Europa de este año se deben, en mayor o menor medida, a actividades relacionadas con el ser humano.[4] El Dr. Matthew Jones, climatólogo del Reino Unido, describe las olas de calor y las sequías como los “factores definitorios” en años repletos de incendios forestales extremos, condiciones amplificadas categóricamente por el cambio climático antropogénico.[5]

Sí, el cambio climático provocado por el ser humano y los incendios forestales están inextricablemente vinculados, otro síntoma de nuestro malentendido medioambiental a lo largo de décadas y la consiguiente mala gestión.

La ruptura de los “regímenes de incendios” provoca caos en todo el mundo

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) deja claro los peligros a los que nos enfrentamos, y nuestra culpabilidad colectiva, en su informe Frontiers 2022 “Ruido, llamas y desequilibrios: nuevos temas de interés ambiental”.[6]

Describe un futuro inquietante y maldecido por el fuego: un mundo en el que los incendios se vuelven cada vez más comunes debido al aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera de la Tierra y al comportamiento social cada vez más arriesgado.

El calentamiento global (con la esperanza de alcanzar los 2,5oC a finales de siglo, según los compromisos medioambientales actuales[7]) alargará las temporadas de incendios y fomentará más brotes espontáneos. La propagación urbana hará que más comunidades vivan en la peligrosa cúspide de ecosistemas propensos a incendios. Los cambios a corto plazo en el uso de la tierra alterarán el equilibrio milenario entre el fuego y la vegetación.

Potencialmente, esta es una receta para desastres y merece una acción urgente.

A primera vista, la conclusión número uno podría parecer contradictoria: no todos los incendios forestales son “malos” automáticamente. En realidad, los incendios forestales proporcionales de origen natural contribuyen al equilibrio necesario para mantener la relación clima/vegetación dentro de un ecosistema determinado. ¿Cómo si no se podría eliminar la vegetación antigua para dar paso a una joven y saludable? ¿De qué otra manera desencadenarían las plantas que dependen del fuego para la floración, la dispersión de semillas y la germinación, como orquídeas, lirios, hierba y arbustos, la siguiente etapa de sus ciclos de vida sin la intervención violenta de la propia naturaleza? Estos patrones de combustión y recuperación establecidos desde hace mucho tiempo se conocen como el “régimen de incendios” de un ecosistema. Hasta ahora, todo bien.

Sin embargo, nuestra actual biosfera postindustrial trae problemas, ya que estos delicados regímenes milenarios se transforman en algo totalmente más caótico.

Hoy en día, los incendios forestales son más frecuentes e intensos. Por ejemplo, en los EE. UU. desde 2002 los meses con más incendios forestales consumen normalmente más de 700 mil hectáreas de tierra, en comparación con las poco más de 300 mil en décadas anteriores.[8]

Los incendios forestales del tercer milenio superan las restricciones y los controles tradicionales de la naturaleza, alterando el refinado equilibrio de los ecosistemas. Como hemos visto, en sus peores casos, superan incluso la capacidad de la humanidad para contener su furia.

¿Cómo son estas interrupciones en los regímenes de incendios y cómo se produjeron? Esto depende del lugar del mundo.

  • Desiertos de latitud media: la introducción de pastos combustibles no nativos aumenta la aparición de incendios y evita la regeneración adecuada de la flora.
  • Bosques secos estacionales: la prevención de incendios excesivamente entusiasta conduce a “incendios de corona”, menos frecuentes, pero mucho más feroces, que se propagan incontrolablemente a través de los follajes forestales.
  • Bosques boreales: los incendios forestales de una intensidad sin precedentes liberan a la atmósfera carbono almacenado desde hace mucho tiempo en el suelo. También disuaden la plantación de árboles de reemplazo, con consecuencias climáticas adversas.
  • Sabanas tropicales: el pastoreo sin descanso a partir de técnicas agrícolas intensificadas o industrializadas reduce la aparición de incendios de arbustos, reduciendo la variedad de especies y provocando una cubierta de vegetación demasiado densa.
  • Bosques tropicales: la trinidad maldita de la deforestación, el aumento de las temperaturas y el incremento de la actividad pastoral crean el cambio más visible e impresionante del mundo. Ahora se registran incendios superficiales, frecuentes y potentes en selvas tropicales cuyo alto contenido de humedad las hacía inmunes a los brotes naturales.

En los ecosistemas de todo el mundo se producen las mismas escenas inquietantes: regímenes de incendios no naturales que rompen las antiguas relaciones simbióticas, liberan carbono en el aire y amenazan a las comunidades cercanas y lejanas.

Su impacto en el medioambiente y en la salud humana es evidente para todos.

El mapa de incendios de la NASA acumula ubicaciones de incendios detectados por el espectrorradiómetro de imágenes de resolución moderada (MODIS) a bordo de los satélites Terra y Aqua durante un período de 10 días. Cada punto indica una ubicación donde MODIS detectó al menos un incendio durante uno de estos períodos. Crédito de la imagen: NASA https://worldview.earthdata.nasa.gov/

Los incendios forestales son síntoma de un mundo enfermo

Como señala el PNUMA, podríamos ser testigos de un círculo vicioso: “el cambio climático ya está influyendo en los incendios forestales y, a su vez, estos también pueden estar influyendo en el cambio climático”.[9]

Por culpa de los incendios forestales, la selva amazónica, considerada tradicionalmente como un sumidero de carbono, pronto podría convertirse en un emisor de carbono. Los incendios también son parcialmente responsables del derretimiento más rápido del permafrost ártico en Siberia, que libera el metano atrapado e impulsa el crecimiento de los niveles del mar. Con el aumento de la temperatura y el clima más volátil, los eventos de ignición natural, como las olas de calor y los rayos, ocurren más fácilmente.

Como sabemos, los impactos en la vida son graves. Los incendios forestales arrojan contaminantes peligrosos, incluidas partículas de carbono negro, que se propagan en los pulmones a miles de kilómetros de su fuente.

El hollín atmosférico disminuye la capacidad del planeta para reflejar la luz solar, lo que provoca más calor. El aumento de los niveles de sedimentos en los ríos puede envenenar las fuentes de agua y reducir las reservas de peces ricos en proteínas. Al arrasar la vegetación que une la tierra bajo nuestros pies, los incendios forestales también fomentan la erosión del suelo e incluso pueden convertirse en un desencadenante de eventos como desprendimientos.

Inevitablemente, quienes más sufren los daños de los incendios forestales son los más vulnerables entre nosotros: jóvenes, ancianos y pobres.[10]

Los incendios forestales también merman la biodiversidad. Las investigaciones demuestran que miles de especies se ven amenazadas directamente por los impactos de los incendios generalizados, incluido el 28 % de las especies en las regiones de sabana y el 26,3 % de las especies en áreas de pastos.[11]

Claramente, no podemos continuar por el camino actual. Ni siquiera dentro de las economías desarrolladas, a menudo protegidas de la peor parte de los deterioros ambientales del mundo, es posible hacer la vista gorda ante el creciente riesgo que plantean los incendios forestales en un mundo cada vez más caliente. La Organización Meteorológica Mundial (OMC) informó de que las temperaturas en Europa durante las últimas tres décadas han aumentado más del doble de la media mundial, con más incendios forestales entre los resultados inevitables.[12] Se prevé que estos aumentos asimétricos de temperatura en Europa continuarán, debido en parte al porcentaje desproporcionadamente alto de la masa terrestre de Europa, que se calienta más rápido que el mar.

Afortunadamente, podemos tomar medidas para mitigar la frecuencia y el impacto de los incendios forestales globales. Un enfoque coordinado a largo plazo es el mejor remedio.

Reducir el calor

Los incendios forestales son una fuerza de la naturaleza demasiado poderosa para controlarlos por completo, pero eso no significa que no tengamos poder para ejercer ninguna influencia. Nuestras acciones pueden ayudar a determinar cuándo y dónde se originan, y su potencial grado de devastación.

En primer lugar, la protección comienza con la prevención.

La reciente evolución tecnológica de la meteorología, que va a mejorar aún más con la expansión de la inteligencia artificial (IA), permitirá a los científicos predecir el llamado “clima de fuego” (condiciones secas y peligrosamente calurosas) con una precisión cada vez mayor. El modelado y la recopilación de datos más inteligentes de radares terrestres, detectores de rayos y satélites también podrían ayudar a perfeccionar los sistemas de predicción de incendios forestales.

Considere sistemas como Copernicus, el programa de observación de la UE, la Red Latinoamericana de Teledetección e Incendios Forestales o el programa Queimadas del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, que en conjunto financian la investigación de vanguardia en la supervisión del calor y la detección de incendios forestales.

Si las comunidades afectadas reciben advertencias de los incendios inminentes con tiempo suficiente, pueden tomar medidas para limitar la propagación del fuego, salvar hogares y preservar vidas. Pueden reducir los incendios en los bosques, comenzar a almacenar recursos hídricos para combatir las llamas y, en el peor de los casos, programar evacuaciones a zonas más seguras.[13]

Sin duda, en las regiones con incendios forestales cerca de los centros de población, la prevención es mucho mejor que la cura. Actualmente, muchos incendios se originan accidentalmente por maquinaria agrícola defectuosa, por la quema de residuos de madera o por el mal funcionamiento de las líneas eléctricas. Un mejor mantenimiento de los equipos y una manipulación más cuidadosa del material inflamable pueden ayudar a reducir el número de incendios involuntarios.

La quema táctica de flora antigua y combustible durante las temporadas de bajo riesgo puede ayudar a privar a los incendios forestales de combustible vital durante los brotes.

En Brasil, se anima a las comunidades rurales e indígenas a implementar técnicas de gestión de incendios tradicionales para prevenir incendios forestales turbulentos. Al limitar las reservas de vegetación inflamable y desplegar incineraciones controladas periódicas, donde se han probado dichos métodos los incendios forestales en temporada seca consumen un 57 % menos de tierra.[14]

Inspirada en este éxito, la Comisión Real encargada de investigar los incendios forestales de Australia en 2019-2020 ha hecho recomendaciones similares basadas en las prácticas de gestión indígenas entre las comunidades aborígenes.

Aliviar los impactos de los incendios forestales globales requerirá una planificación a largo plazo, el tipo que abarca no solo países sino continentes. Requerirá compartir recursos contra incendios, como personal capacitado y aeronaves especialmente equipadas, entre los hemisferios norte y sur. Significará centrarse en los beneficios globales, en lugar de locales, especialmente a medida que las temporadas de incendios comiencen a solaparse entre diferentes regiones.

El tiempo es esencial. Al igual que con casi cualquier problema relacionado con el clima, los indicios apuntan a que las condiciones empeorarán antes de que se distinga alguna posibilidad de mejora. Desde la década de 1980, las temporadas de incendios se han alargado en aproximadamente un 27 % en todo el mundo, con un crecimiento desproporcionado en el Mediterráneo, los territorios forestales de Norteamérica y el Amazonas.

De cara al futuro, las investigaciones del Foro Económico Mundial (WEF) demuestran que cada grado adicional de calentamiento global aumentará sustancialmente la duración de las condiciones climáticas de “incendio” en la mayoría de las regiones de la Tierra. El WEF advierte que cualquier cosa que supere los 2oC de calentamiento dará como resultado temporadas de incendios “virtualmente irreconocibles” a partir de hoy.

Por lo tanto, la atención se centra en la búsqueda de una panacea de gran alcance; una estrategia única que pueda tener el impacto más rápido y dramático en la reducción de incendios forestales.

Aquí entra en juego el villano universal: CO2.

La reducción de los gases de efecto invernadero en la atmósfera ayudará a reducir el calentamiento global, acortando las temporadas de incendios y reduciendo así la proliferación de incendios forestales en todo el mundo. ¿Todavía tenemos tiempo para neutralizar los peores impactos del cambio climático?

¿Qué futuro elegiremos?

Los seres humanos hemos aumentado los niveles de CO2 en la atmósfera hasta un 50 % por encima de los tiempos preindustriales. Como resultado, el mundo ya se ha calentado en 1,1 °C durante el siglo pasado.[15] Eso no es una especulación ni una proyección. El daño ya está hecho y, a menos que modifiquemos nuestra actitud colectiva como custodios de la Tierra, nos espera un aluvión de peligros a la vuelta de la esquina.

En noviembre de 2022 los ojos del mundo se centraron en Egipto, donde se celebró la última Conferencia sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP27), ya que los líderes mundiales se reunieron para presentar nuevos planes de acción nacionales para combatir el calentamiento global. Antes de la reunión, se advirtió a los invitados que los compromisos realizados en la COP26 del año anterior eran inadecuados para limitar los aumentos de la temperatura global a 1,5oC.

Crédito de la imagen: PNUMA

Sin embargo, teniendo en cuenta el contexto del conflicto en Ucrania y las presiones sobre el suministro de energía en todo el mundo, el resultado de la conferencia fue heterogéneo, y muchos observadores sintieron que no hubo suficientes progresos respecto a las promesas de la reunión anterior.[16],[17]

La COP27 estableció un fondo conjunto de “pérdidas y daños” para ayudar a compensar a los países en desarrollo por la inminencia de un colapso climático irreversible. No obstante, para algunos defensores del medioambiente, esto parecía peligrosamente una admisión de que se estaba abandonando el objetivo de 1,5 oC, lo que provocó acusaciones de que los legisladores seguían favoreciendo los remedios energéticos a corto plazo en lugar de las inversiones en energía verde a largo plazo.[18]

La atención ahora se centra en la COP28, programada en los EAU para noviembre-diciembre de 2023, que se ve como la última oportunidad para mantener vivos los últimos vestigios del sueño de 1,5oC. Los incendios forestales son una de las manifestaciones más gráficas y vívidas de lo que sucederá si fallamos.

No se puede esperar que las llamas nos muestren misericordia, al igual que tampoco se puede esperar que la crisis ambiental se resuelva sola.

La responsabilidad es nuestra, de la humanidad.

Por primera vez en la historia tenemos el poder de destruir nuestro propio ecosistema. Pero también tenemos el potencial, con tecnología, innovación y, sobre todo, compromiso, para cambiar de rumbo y evitar el colapso climático al que parece que nos dirigimos a cada vez más velocidad.

Pocos problemas arden con mayor urgencia.

 

[1] https://whowhatwhy.org/science/environment/we-sleep-in-our-gas-masks-eyewitness-to-australias-firestorm/

[2] https://www.euronews.com/green/2022/10/24/climate-now-debate-2022-how-do-we-beat-wildfires

[3] https://news.mn/en/797800/

[4] https://ec.europa.eu/environment/forests/pdf/InTech.pdf

[5] https://www.bbc.co.uk/news/58159451

[6] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38061/Frontiers_2022CH2.pdf

[7] https://www.theguardian.com/environment/2022/oct/27/world-close-to-irreversible-climate-breakdown-warn-major-studies

[8] https://www.epa.gov/climate-indicators/climate-change-indicators-wildfires

[9] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38061/Frontiers_2022CH2.pdf

[10] https://reliefweb.int/report/world/wildfires-under-climate-change-burning-issue

[11] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38061/Frontiers_2022CH2.pdf

[12] https://www.theguardian.com/environment/2022/nov/02/europes-climate-warming-at-twice-rate-of-global-average-says-report

[13] https://www.weforum.org/agenda/2022/07/climate-change-wildfire-risk-has-grown-nearly-everywhere-but-we-can-still-influence-where-and-how-fires-strike/

[14] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38061/Frontiers_2022CH2.pdf

[15] https://www.weforum.org/agenda/2022/07/climate-change-wildfire-risk-has-grown-nearly-everywhere-but-we-can-still-influence-where-and-how-fires-strike/

[16] https://www.bbc.co.uk/news/science-environment-63693738

[17] https://www.theguardian.com/environment/2022/nov/17/draft-cop27-agreement-fails-to-call-for-phase-down-of-all-fossil-fuels

[18] https://www.theguardian.com/environment/2022/nov/20/deal-on-loss-and-damage-fund-at-cop27-marks-climbdown-by-rich-countries