Cada vez que abro un periódico o hago clic en un sitio web sobre temas de actualidad, hay algo que queda claro de inmediato: el mundo moderno se enfrenta a una serie de desafíos existenciales que, si no se abordan, amenazan con destruir nuestra civilización, de modo que, como es lógico, acaparan la mayor parte de la atención de los medios de comunicación.

Sin embargo, cuando nos centramos únicamente en estos desafíos, los principales, lo que estamos haciendo es ignorar el resto de problemas, y no son pocos, que amenazan nuestra calidad de vida en la era postindustrial moderna, aunque quizás de una forma menos dramática.

Tomemos como ejemplo la contaminación acústica. Incluso entre la multitud de “contaminaciones” que asolan nuestro planeta, inicialmente la contaminación acústica podría parecer un inconveniente menor en comparación con el aumento de los niveles de CO2, la contaminación por plásticos o los problemas de los sistemas hídricos. Pero tachar de irrelevante la contaminación acústica equivale a ignorar una serie de datos preocupantes.

¿Crees que nadie ha muerto nunca debido a la contaminación acústica? Sería un error trágico. Solo en Europa, se cree que la exposición prolongada al ruido ambiental causa 12 000 muertes prematuras al año y contribuye a 48 000 nuevos casos de cardiopatía isquémica (obstrucción arterial) al año.[1]

Evidentemente, se trata de un peligro para la salud pública que merece investigarse más a fondo. El primer paso del recorrido consiste en definir exactamente qué significa contaminación acústica.

Solo entonces podremos elaborar estrategias para bajarle el volumen a este enemigo, a menudo ignorado, que afecta a nuestra experiencia de vida.

El sonido equivocado, en el lugar y el momento equivocados

Desde una perspectiva psicológica, el ruido existe puramente como una experiencia subjetiva.

Como señala el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en su informe Frontiers 2022 sobre problemas y soluciones medioambientales: “Cuando los sonidos no son deseados, se convierten en ruido. Cuando los ruidos son demasiado fuertes y persisten demasiado tiempo, se convierten en contaminación acústica”.[2]

Pero primero, dejemos a un lado el mito de que el “silencio” es algo así como una panacea mágica.

Al fin y al cabo, el silencio es solo un mito.

Los neurocientíficos han demostrado que incluso en entornos sin ruido externo, el cerebro humano es lo suficientemente sensible como para detectar el sonido de las moléculas de aire que vibran dentro de los canales auditivos, o el movimiento de los fluidos en los propios oídos.[3] Y la única razón por la que no nos distraemos continuamente con el golpeteo de los latidos de nuestro corazón es porque la corteza insular filtra las sensaciones entre el corazón y el cerebro, manteniendo esa distinción crítica entre estímulos internos y externos.[4]

Sin ninguna acción consciente por nuestra parte, la mayoría de los molestos ruidos de fondo de nuestra vida diaria se filtran, dejándonos vía libre para concentrarnos en los acontecimientos –o sonidos– que realmente requieren nuestra atención.

La contaminación acústica moderna confunde estos filtros cerebrales milenarios. Piensa en la contaminación acústica como un sonido inapropiado, en el momento inoportuno, en el lugar equivocado o a un volumen inadecuado. Y que está en todas partes.

Los coches que retumban por la carretera. Los aviones que surcan el cielo. Los trenes que pasan a toda velocidad. La maquinaria pesada que traquetea en fábricas, obras e intersecciones. El sonido que sale día y noche de conciertos y eventos deportivos en estadios. Y no hay que olvidar el constante teclear y los pitidos, timbres y zumbidos de los móviles de todas las personas que te rodean.

En medio de esta vorágine de ondas sonoras que compiten entre sí, vivimos, trabajamos, contemplamos y, si tenemos suerte… dormimos.

Aunque esto último podría depender del lugar al que llamemos hogar.

Los lugares más ruidosos de la Tierra

Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Una tendencia que se espera que continúe, ya que se prevé que la población urbana se duplique con creces para 2050[5]. Y, sin embargo, la ciudad es una maraña de ruido. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda límites medios de ruido en carretera no superiores a 53 dB en un día determinado.[6] Pero las estadísticas reales del ruido en carretera hablan alto y claro.

En Asia, Daca, capital de Bangladesh, registra niveles de ruido en carretera de hasta 119 dB. Moradabad, en India, alcanza los 114 dB. Islamabad, en Pakistán, alcanza los 105 dB. Algunas zonas de la ciudad de Ho Chi Minh, en Vietnam, pueden alcanzar los 103 dB.

En África, Ibadán, en Nigeria, alcanza los 101 dB, y Argel, en Argelia, no se queda atrás, con 100 dB.

Las ciudades de Occidente, aunque no alcanzan estos niveles cacofónicos, sí registran volúmenes de tráfico muy superiores a los recomendados.

Nueva York, en EE. UU., alcanza los 95 dB; Puerto Vallarta, en México, los 85 dB; y Bogotá, en Colombia, los 83 dB. Al otro lado del Atlántico, Londres, en Reino Unido, alcanza los 86 dB; Tokat, en Turquía, los 82 dB y París, en Francia, los 89 dB.

Una de las manifestaciones más evidentes de la contaminación acústica extrema es el aumento de los casos de pérdida de audición.

De los aproximadamente cuatro millones de personas con pérdida de audición en EE. UU., alrededor del 25 % de los casos se consideran “inducidos por el ruido”.[7] Esto quizá no resulte sorprendente, dado que unos 30 millones de estadounidenses están expuestos diariamente a niveles de decibelios peligrosos en su lugar de trabajo.[8]

Un estudio reciente descubrió que las personas que viven en ciudades tienen una edad auditiva entre 10 y 20 años mayor que su edad real, lo que demuestra la relación tangible entre el ruido urbano y los daños en el sistema auditivo humano.[9]

Naturalmente, el sistema auditivo no es el único que sufre el impacto del ruido excesivo. La contaminación acústica afecta a todo el cuerpo y, lo que es más, a la mente humana, a menudo con consecuencias devastadoras.

El ruido pasa factura al cuerpo y la mente

Se ha demostrado que la exposición continuada a la contaminación acústica provoca una serie de síntomas, desde molestias y trastornos del sueño, hasta enfermedades cardiovasculares y metabólicas, e incluso deterioro cognitivo.[10]

Dos estudios de caso divulgados por la ONU demuestran que las alteraciones psicológicas del ruido pueden convertirse en graves dolencias físicas.[11] En uno de ellos, un análisis sintético de datos acústicos y datos médicos en Corea del Sur demostró que los casos de enfermedades cardio y cerebrovasculares aumentaban entre un 0,17 % y un 0,66 % por cada 1 dB de aumento del ruido diurno. En otro, se descubrió que los residentes de Toronto (Canadá) expuestos a un elevado ruido de tráfico tenían una mayor incidencia de infartos e insuficiencia cardiaca. El riesgo de diabetes e hipertensión también aumentó.

La contaminación acústica nocturna es especialmente nociva. Los patrones de sueño alterados interfieren en la regulación hormonal y el funcionamiento cardiovascular del organismo, provocando respuestas de estrés tanto fisiológicas como psicológicas.

El ruido nocturno es la razón principal por la que, según algunas estimaciones, 22 millones de personas en Europa sufren molestias crónicas por ruido, y 6,5 millones padecen trastornos del sueño. En toda la UE, aproximadamente una de cada cinco personas está expuesta regularmente a niveles de ruido clasificados como perjudiciales para la salud.[12]

El exceso de ruido afecta tanto a la mente como al cuerpo. Los investigadores del Centro Nacional de Información Biotecnológica (NCBI) de Estados Unidos han descubierto una fuerte correlación entre la contaminación acústica y la depresión. Descubrieron que las “fuertes molestias por ruido” se asociaban a un aumento dos veces mayor de la depresión y la ansiedad en la población general.[13]

Los más jóvenes y los ancianos son dos grupos de riesgo particulares. También lo son las clases más desfavorecidas, ya que las familias pobres suelen verse obligadas a vivir cerca de lugares típicamente más ruidosos, como zonas industriales, carreteras muy transitadas o vertederos.[14]

El embarazo también aumenta la vulnerabilidad. Un estudio de 2018 reveló que las mujeres embarazadas expuestas a niveles más altos de contaminación acústica tenían más probabilidades de desarrollar preeclampsia, una enfermedad peligrosa que provoca hipertensión arterial.[15]

Las ondas de la contaminación acústica afectan incluso a las mentes en pleno desarrollo. Se cree que unos 12 500 niños en edad escolar de toda Europa sufren dificultades de comprensión lectora debidas específicamente al ruido de los aviones.[16] Incluso se ha demostrado que los niños que viven cerca de aeropuertos presentan signos de pérdida de memoria a largo plazo.[17]

No solo sufre la vida humana, sino también los demás seres con los que compartimos la biosfera.

La contaminación acústica antropogénica surge a menudo en frecuencias inferiores a 4 kHz, superponiéndose a las frecuencias utilizadas para la comunicación y la búsqueda de alimento de los animales.[18] Los murciélagos, por ejemplo, utilizan la ecolocalización para cazar presas, pero el ruido de fondo les obliga a volar distancias más largas para encontrar sustento.

Los animales dependen de la acústica para otras muchas tareas esenciales, desde atraer a sus parejas hasta proteger su territorio y advertir del peligro. Privados de estas capacidades fundamentales, todos los seres vivos, desde los pájaros que surcan cielo hasta los insectos y anfibios que viven junto a las autopistas, se enfrentan a muertes prematuras y a menos oportunidades de reproducirse.

Vivir bajo el mar tampoco supone una protección. La confusión provocada por el ruido de los motores de los barcos, los sensores de sónar y los equipos de minería de aguas profundas dificulta la capacidad de la vida marina para desplazarse y comunicarse. Los grandes buques de contenedores pueden emitir ruidos de hasta 190 decibelios, reduciendo hasta en un 95 % el alcance de la ecolocalización cercana. En las aguas del Pacífico Norte, frente a la costa canadiense, la población de orcas está en caída libre y la de salmones ha descendido un 60 % en las últimas cuatro décadas.[19]

La contaminación acústica afecta incluso a la producción de alimentos. Si los polinizadores, como las abejas, los escarabajos, las mariposas y las polillas, abandonan una zona debido al exceso de ruido, la flora se deteriora, por lo que el problema de la contaminación acústica se extiende hasta el mismo centro de nuestros sistemas agrícolas y de cultivo.

La contaminación acústica es el enemigo secreto entre nosotros. Ni siquiera se molesta en pasar desapercibido. A diario retumba, ruge y zumba en nuestros oídos, pero de algún modo sigue pasando desapercibido.

 

Mientras las mentes más brillantes del mundo se unen para hacer frente a las amenazas de la contaminación del aire y del agua, el ruido pasa sigilosamente a un segundo plano. De alguna manera, de nosotros depende que cambien las tornas en relación con el ruido no deseado si queremos recuperar nuestra calidad de vida.

Cómo conseguir un paisaje sonoro más agradable

Existen muchas medidas que podemos tomar para combatir la contaminación acústica: basta con una combinación adecuada de innovación, voluntad e inversión.

Ante los peligros cada vez más graves de la contaminación acústica, los arquitectos urbanos se están viendo cada vez más presionados para crear paisajes sonoros más armoniosos. De hecho, el diseño del paisaje sonoro se está convirtiendo muy rápidamente en una disciplina propia, dictada por las características naturales de un paisaje, su infraestructura preexistente y el uso público previsto.

Además, algunos de estos métodos encajan perfectamente con las iniciativas para hacer que nuestro entorno sea más limpio, más verde y más agradable a la vista.

Lo árboles, por ejemplo, al plantarse con una densidad suficiente, actúan como un excelente amortiguador acústico junto a las carreteras, ya que absorben el ruido del tráfico antes de que llegue a las zonas residenciales. Los arbustos, los muros vegetales y los tejados ajardinados también absorben la energía acústica y reducen la amplificación de los sonidos en comparación con las superficies urbanas sólidas. Por no hablar de su capacidad de absorción del CO2.

El impacto es significativo. “La colocación personalizada de hileras de árboles detrás de las barreras antirruido tradicionales de las autopistas o de capas de vegetación sobre muros antirruido rígidos puede reducir los niveles de ruido hasta en 12 dB”, señala el PNUMA en su informe Frontiers 2022 sobre contaminación acústica.[20]

Cuando todo lo demás falla, podemos diseñar soluciones. Piensa en los distintos tipos de barreras que pueden erigirse para separar las fuentes de ruido de los habitantes y transeúntes del lugar. Las bermas de tierra (plataformas elevadas de tierra compactada) y los gaviones (jaulas rellenas de tierra o rocas) son barreras excelentes, duraderas y baratas. Los productos reciclados, como el plástico y los neumáticos de coche, han demostrado ser materiales especialmente eficaces para los escudos acústicos. Se ha demostrado que incluso la fibra de vidrio de las palas de las turbinas eólicas en desuso reduce los niveles de ruido del tráfico en 6-7 dB.[21] Aun así, en lugar de amortiguar nuestros espacios públicos y privados contra el ruido no deseado, ¿y si abordáramos el problema desde el otro ángulo, reduciendo en primer lugar la cantidad de ruido que generamos?

Medidor de ruido en uso cerca de una planta industrial que registra 63 db.

Cómo reducir el volumen de la contaminación acústica

¿Y qué pasa con las carreteras en sí? Recordemos el rugido infernal que produce el rozamiento cuando los neumáticos de goma circulan por la autopista. ¿No habrá algo que podamos hacer para evitar esa maldición de la era moderna?

Según la ciencia, a menor velocidad, menos energía convertida en sonido. Por lo tanto, como remedio rápido y de bajo coste, se pueden implantar decretos a nivel local para reducir los límites de velocidad, lo cual disminuiría los niveles de ruido y de paso aumentaría la seguridad.

Desde el punto de vista tecnológico, la progresiva adopción de los vehículos eléctricos (VE) reducirá gradualmente el impacto del ruido del tráfico. Los VE suelen emitir entre 4 y 5 dB menos que los modelos con motor de combustión interna a velocidades urbanas bajas.[22]

A velocidades más altas, parece que los nuevos materiales de las carreteras, como las superficies de asfalto poroso, también ayudan a reducir las emisiones de ruido.

La tecnología también puede ayudar a reducir la contaminación acústica de las vías férreas. TATA Steel, por ejemplo, ha empezado a instalar sus líneas SilentTrack en redes ferroviarias.

Sección transversal de la vía férrea “SilentTrack” con reducción de ruido, de TATA Steel.

TATA fabrica amortiguadores especiales (compuestos por un revestimiento de acero en un material similar al caucho) para absorber las vibraciones de la vía, lo que puede reducir el ruido hasta en un 50 %.[23]

De los raíles al cielo. La contaminación acústica de los aviones puede reducirse mediante mejoras continuas de la aerodinámica y los componentes de los aviones. Las rutas de vuelo, por su parte, pueden dirigirse lejos de los núcleos de población. Sin embargo, la participación de la comunidad es imprescindible. Antes de introducir cualquier cambio en los regímenes de vuelo cerca de zonas urbanas, debería ser obligatorio realizar consultas públicas.

En edificios propensos a grandes emisiones de ruido, como fábricas y unidades industriales, un aislamiento acústico especial puede ayudar a proteger el mundo exterior de los sonidos que se originan en el interior. Podrían concederse subvenciones para ayudar a las industrias a sustituir la maquinaria obsoleta por mejoras más nuevas y silenciosas. Debido a su mayor eficacia, es probable que esta maquinaria moderna también consuma menos energía y emita menos contaminantes.

En todo el mundo, los legisladores y los responsables políticos pueden colaborar para reducir totalmente la demanda de actividades que generan ruido.

La ampliación de una red nacional de carriles bici ayudará a reducir la dependencia del vehículo privado; también lo hará la introducción de más zonas sin coches en los sectores residenciales. Peatonalizar los centros urbanos tiene un efecto similar. En un mundo ideal, en las calles más concurridas no resonaría más que el sonido de las pisadas.

Los programas de alquiler de bicicletas también animan a la gente a cambiar las cuatro ruedas por las dos. Un ejemplo de ello es el programa Citi Bike de Nueva York, con 25 000 bicicletas y más de 1500 estaciones en Manhattan, Brooklyn, Queens y otros.

La zona de emisiones ultrabajas de Londres, puesta en marcha en 2019, contribuyó a la reducción del ruido incentivando económicamente la adopción de vehículos híbridos y eléctricos más silenciosos. Según las nuevas normas, se aplica una tasa diaria de 12,50 £ a los vehículos que no cumplan las normas europeas sobre emisiones. Se calcula que el plan abarcará una superficie poblada por unos 3,8 millones de personas, y en agosto de 2023 se ampliará para incluir toda el área metropolitana de Londres. [24]

En Berlín, donde más de medio millón de personas estaban expuestas habitualmente a niveles de ruido superiores al límite recomendado de 53 dB, muchas carreteras de dos carriles se redujeron a un solo carril, lo que supuso un descenso inmediato de los niveles de ruido nocturno para unos 50 000 residentes.

A nivel internacional, la Directiva sobre ruido ambiental de la UE promueve la supervisión y la reducción de la contaminación acústica en toda la comunidad. La ley obliga a los países a elaborar mapas de ruido y planes de acción cada cinco años para todas las ciudades de más de 100 000 habitantes y todas las carreteras por las que circulen más de 3 000 000 de vehículos al año.[25]

 

Evidentemente, a veces el remedio más eficaz contra la contaminación acústica es… escapar.

Los beneficios para la salud mental de los sonidos naturales y los santuarios de tranquilidad han quedado claramente demostrados. Los espacios verdes (parques, jardines públicos, senderos a orillas de canales, reservas naturales y zonas de ocio) generan efectos psicológicos positivos al proporcionar un respiro del bullicio y la algarabía antagonistas de los centros urbanos modernos. Estos lugares no pueden desarrollarse ni protegerse por sí solos. Necesitarán subvenciones, financiación y apoyo continuo tanto a nivel local como regional. No podemos permitir que los intereses comerciales gobiernen por sí solos nuestro acceso a la naturaleza, a un aire más limpio y a la paz y la tranquilidad.

Es evidente que cuantos más espacios verdes acojan nuestras sociedades, mayor será el equilibrio que todos sentiremos dentro del mundo moderno.

¿Suena bien?

Hemos reconocido los peligros de la contaminación acústica, que puede ir más allá de la molestia y llegar a poner en peligro la vida y la salud. Ahora debemos luchar juntos por un mundo más acorde desde el punto de vista acústico.

Esta labor abarcará todos los estratos de la sociedad: desde los legisladores que redactan las políticas, pasando por los urbanistas y arquitectos que trabajan sobre los planos, hasta los jefes industriales que controlan las fábricas, las tecnologías y la maquinaria que darán forma a nuestro futuro.

Pero la cuestión de la contaminación acústica también nos incumbe a nosotros, como individuos. ¿Qué vehículo debo comprar? ¿Debo utilizar el transporte público para ir al trabajo? ¿Deberíamos irnos de vacaciones al extranjero este año? ¿Cuáles son las prioridades del partido político al que voto?

Todas estas decisiones y muchas más dictarán la cantidad de ruido que generarán nuestras ciudades en los próximos años y décadas, y hasta qué punto la “paz en la Tierra” cobrará un significado totalmente nuevo.

[1] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[2] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[3] https://www.ctpublic.org/health/2015-03-16/there-is-no-such-thing-as-silence

[4] https://www.inverse.com/article/15229-why-can-t-we-hear-our-hearts-beat-here-s-how-our-brain-turns-down-the-volume

[5] https://www.worldbank.org/en/topic/urbandevelopment/overview#1

[6] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[7] https://blog.arcadia.com/15-facts-stats-noise-pollution/

[8] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1253729/

[9] https://www.weforum.org/agenda/2017/03/these-are-the-cities-with-the-worst-noise-pollution/

[10] https://www.eea.europa.eu/articles/noise-pollution-is-a-major

[11] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[12] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[13] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4873188/

[14] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[15] https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0269749118300988

[16] https://www.eea.europa.eu/articles/noise-pollution-is-a-major

[17] https://www.newscientist.com/article/dn2944-airport-noise-damages-childrens-reading/

[18] https://www.theguardian.com/environment/2019/nov/20/noise-pollution-wild-life-better-regulation

[19] https://www.theguardian.com/environment/2022/apr/12/ocean-of-noise-sonic-pollution-hurting-marine-life

[20] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[21] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

22 https://www.toi.no/getfile.php/1340825-1434373783/mmarkiv/Forside%202015/compett-foredrag/Lykke%20-Silent%20Urban%20Driving.pdf

[23] https://www.railway-technology.com/uncategorized/newstata-steels-silenttrack-noise-levels-blackfriars/

[24] https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/38060/Frontiers_2022CH1.pdf

[25] https://environment.ec.europa.eu/topics/noise/environmental-noise-directive_en